El 26 de octubre de 1933, tres ex legisladores batllistas expulsados del Parlamento por la dictadura del doctor Gabriel Terra, al regresar de una reunión política en Minas, fueron cercados a la altura de la ciudad de Pando por policías de Montevideo, Canelones y Lavalleja. Se produjo entonces un confuso tiroteo. Según las víctimas sobrevivientes, solamente tiraron los elementos uniformados. De acuerdo a la versión oficial participaron ambas partes. Lo real es que los únicos heridos fueron los ex diputados doctores Juan Francisco Guichón y Julio César Grauert. Trasladados en pésimas condiciones sanitarias a una comisaría donde se les hizo dormir en el suelo, la herida de Grauert en un muslo que en principio no revestía gravedad se gangrenó y a las pocas horas lo condujo a la muerte. Este sangriento episodio, el segundo que conmovió a la ciudadanía de aquellos años luego del suicidio del doctor Baltasar Brum ocurrido el mismo día del derrumbe de las instituciones, fue tomado como bandera por las fuerzas políticas que se oponían al gobierno de facto del doctor Terra, es decir los batllistas "netos", los nacionalistas independientes, los comunistas, los socialistas y los cívicos. Grauert fue conducido al cementerio acompañado por una multitud de los partidos opositores estimada por el doctor Emilio Frugoni en su libro "La revolución del machete" en diez mil personas, la que intentó hacer un acto frente a la Plaza Libertad, muy cerca del Palacio Santos, en Dieciocho y Cuareim donde en aquel momento tenía su despacho el doctor Terra. No alcanzó a hacerlo porque la policía cargó con bombas lacrimógenas, sablazos y golpes de machete produciéndose entonces una terrible refriega de la cual resultaron numerosos heridos. Finalmente el féretro logró llegar a su destino, pero el episodio quedaría grabado para siempre en la memoria de los presentes. Uno de los claveles rojos depositado sobre el cajón no cumplió su destino. Recogido por mi apaleado padre fue guardado celosamente como un invalorable símbolo y hoy se encuentra dentro de un sobre encima de mi biblioteca.
En la nota pasada, ofrecimos las versiones brindadas en su momento por dos de los protagonistas, Minelli y Guichón. Otros testimonios publicados en los días inmediatos y declaraciones contradictorias como la del hijo del doctor Terra y el de la viuda del doctor Grauert, tomados para una nota publicada por el autor en el semanario Búsqueda en octubre del 91, servirán para configurar una idea más aproximada de lo ocurrido.
Pocos días después de la muerte de Grauert, el diario La Mañana que respondía al riverismo, fracción colorada que apoyaba a Terra, le hizo un reportaje al Jefe de Policía de Montevideo, coronel Alfredo Baldomir, indicado por los partidos opositores como responsable de la orden de tirar formulada a los comisarios intervinientes en el tiroteo. Este respondió textualmente:
"El doctor Minelli hizo un disparo contra Cavassa y al éste arrojarse a una cuneta para evitar el impacto, los agentes policiales creyendo que había sido alcanzado por un proyectil, abrieron fuego contra el automóvil, el que fue contestado por los viajeros que alcanzaron a hacer doce disparos." El entonces Jefe de Policía optando por la brevedad y la prudencia, procuraba cubrir la mala impresión causada por un comunicado policial apresurado que al dar una interpretación absolutamente pueril del episodio, en vez de aclararlo no había hecho más que aportar incredulidades y dudas. "La policía no disparó un solo tiro" —expresaba la versión inicial— "Las heridas recibidas por los insurrectos fueron provocadas porque en el desvanecimiento que les provocaron los gases, dejaron escapar tiros de sus revólveres."
Días después, el propio Ministerio del Interior inició un sumario procurando desentrañar la verdad de lo sucedido. Sin embargo sus conclusiones no aportaron nada nuevo y no hicieron referencia a la parte sustancial del incidente: de qué lado había comenzado el tiroteo. En sus partes principales decía lo siguiente: (...) III) A la altura del quilómetro 35 de la carretera Maldonado fuerzas policiales de los departamentos de Lavalleja, Canelones y Montevideo interceptaron el paso del automóvil en que viajaban las personas nombradas. IV) Al procederse a la detención de los doctores Minelli y Grauert y el señor Guichón mediante la aplicación de gases lacrimógenos, se produce un tiroteo a consecuencia del cual resultaron heridos el doctor Julio César Grauert y el señor Juan Guichón. V) El automóvil tipo voituret o cabriolet que ocupaban presenta cuatro perforaciones producidas por proyectiles de armas de fuego. VI) El vehículo de la policía presenta asímismo dos perforaciones producidas por los proyectiles disparados desde el interior de la voituret. VII) El examen pericial de las armas pertenecientes a los Dres. Grauert y Minelli y señor Guichón denuncia que fueron utilizadas aunque no pudo comprobarse el número de cápsulas detonadas. VIII) Está probado en autos que los empleados policiales que intervinieron en el procedimiento, hicieron disparos con sus armas sobre el vehículo de los señores Minelli, Grauert y Guichón. IX) No existen en los obrados elementos de convicción en el sentido que los disparos hayan respondido a ninguna orden de los superiores que dirigieron el procedimiento explicándose esos disparos como una reacción espontánea de los empleados policiales subalternos cuyo ánimo había sido prevenido por la actitud de los señores Minelli, Grauert y Guichón al resistir enérgica y prolongadamente la acción policial. XIV) Los funcionarios superiores que intervinieron en el procedimiento, omitieron adoptar medidas para individualizar a los empleados policiales que habían hecho disparos con armas de fuego."
Envuelta en el palabrerío, la responsabilidad oficial parecía quedar a salvo. Quedaba un diputado muerto y un senador herido, pero como en la nerviosidad de aquellos momentos, nadie sabía quienes habían dado la orden ni recordaba quienes habían tirado, no podían ser identificados los culpables. Tampoco se realizaron investigaciones posteriores. Desde entonces, el asesinato de Julio César Grauert, dejado gangrenar en el piso de una comisaría, pasó a ser un expediente burocrático más. De nada valieron el dolor inmediato ni las ceremonias recordatorias que se hicieron durante un tiempo y luego dejaron de ser convocadas. La voz que quedó reclamando y que en 1991, cuando concedió a este periodista el único reportaje de su vida, todavía seguía haciéndolo, fue la de su viuda ya fallecida, Maruja Iglesias de Grauert, que en ese momento andaba por los noventa años. "Mi marido no fue armado, no tenía armas ni sabía manejarlas. Ibamos al campo con frecuencia y jamás acompañaba a la gente a cazar. No le gustaban las armas, jamás había tenido una entre las manos. Julio era por encima de todo un soñador. ¡Las veces que discutí con él sobre este tema! El creía que el mundo, que la sociedad tenía que cambiar, que al capitalismo si no se le podía eliminar, había que suavizarlo. Sabía el peligro que corría en las giras pero también sabía que vivo era más útil que muerto. Nunca pensó que su sacrificio pudiera servir de guía a las masas. Muy poco tiempo antes (Baltasar) Brum se había matado ¿y qué había conseguido con su ejemplo? Que yo sepa, nada." Contestataria aún pese a su ancianidad, la viuda de Julio César Grauert no solamente seguía preguntándose por qué razón los asesinos de su marido nunca habían sido castigados, sino que continuaba masticando el feo sabor dejado por la inutilidad política del suicidio del doctor Baltasar Brum.
¿Cómo fueron las horas posteriores al baleamiento? Minelli quedó desvanecido en el auto a causa de los gases lacrimógenos, Guichón con un brazo fracturado por un disparo y Grauert con el muslo desgarrado y un pie atravesado por una bala, fueron trasladados a la comisaría de Pando y abandonados a su suerte. En una entrevista que pude efectuarle en 1962 para el semanario Hechos, Guichón recordó aquellos momentos y no coincidió con las reflexiones amargas de Maruja Iglesias. "Nos metieron a cada uno en un calabozo. El mío no tenía cama ni colchón y tuve que acostarme en el suelo. Al cabo de unas horas me llevaron al hospital de primeros auxilios y allí me encontré con Julio (Grauert). Las heridas de ambos, aunque dolorosas no eran graves. Julio bromeó: "¿cuándo hacemos la próxima gira?" La última impresión que tuve de él fue la de un hombre optimista, seguro de sí mismo, convencido que su sangre, nuestra sangre iba a manchar a la dictadura y a provocar la reacción de las masas."
Leer: Julio César Grauert II
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