Esa tarde pasada la hora veinte, el Consejo Nacional de Administración bajo la presidencia de Antonio Rubio debatió el Mensaje presidencial aunque la duración de la sesión, poco más de hora y media, dejó la sensación de que nadie calibraba la importancia de lo que estaba sucediendo. Su última resolución fue la de enviar un comunicado a la Asamblea General denunciando los hechos. Luego calló para siempre. La reunión de las dos ramas del Poder Legislativo en cambio, fue larga, nerviosa y en algunos casos de una tremenda agresividad. Tanto el blanco radical Ricardo Paseyro, quien inició la parte oratoria, como el batllista de extrema izquierda Julio César Grauert, se refirieron claramente a la teoría del tiranicidio, reclamando el asesinato de Terra. Paseyro, con más diplomacia, habló de "la fórmula de la dinamita contra los culpables de un delito de lesa patria". Grauert, menos medido, dijo claramente "que merecerá el bien de la patria (...) el que mate al dictador. En el corazón de cada uno de nosotros debe estar ese anhelo". Por su parte el comunista Eugenio Gómez llamó a la revolución popular y convocó "a los obreros, a los campesinos, a los estudiantes, a los soldados, a marineros a realizar el frente único (...) pasando por sobre sus jefes que los traicionan". El diputado Luis Batlle Berres, olvidando que dos años antes había afirmado en plena cámara que el ejército no servía para nada manifestó su confianza en la resistencia que opondrían las Fuerzas Armadas. "Yo tengo fe en los militares (...) tengo fe en que pueblo y militares estarán al servicio de la legalidad". En tanto el nacionalista independiente Eduardo Rodríguez Larreta, que tres años antes había aplaudido el ascenso dictatorial del general Uriburu en la Argentina, (ver nota anterior) pronunció un discurso firmemente antigolpista pero de un estilo más académico y mesurado. "Somos un país pequeño, un país no rico, de escasos recursos materiales que, entre los colosos de América que nos rodean contábamos con una sola virtud: teníamos el orgullo, si se quiere la vanidad de ser superiores a ellos en cultura política y en civilización (...) Y bien, ese único orgullo, esa única satisfacción han sido enterrados en el día de hoy. Nuestro nombre irá a aumentar el de otras tantas pobres republiquetas de Sud América, manejadas a golpes de sable y bocinazos de cuartel".
El único legislador que defendió a las medidas firmadas por el presidente Gabriel Terra y su ministro Alberto Demicheli, fue el doctor Julio César Bado, quien pronunció una larga exposición interrumpida por los legisladores opositores y por los gritos de la barra, en la cual repitió los argumentos ya dados por Terra. "Nunca, en ningún momento, el Presidente de la República se sintió atraído (...) por un innoble deseo de dictadura. Lo que hay, eso sí, es que el Presidente de la República celoso como el que más en la defensa de sus fueros y de su personalidad no está dispuesto a dejarse disminuir ni moral ni funcionariamente y reclama para él el ejercicio pleno de las facultades que la Constitución le da".
Esa misma madrugada, la Asamblea General con extraordinaria valentía, porque se estaba jugando su propia existencia institucional, aprobó por mayoría una moción presentada por la bancada nacionalista independiente, por la cual se dejaban sin efecto las medidas decretadas por el Poder Ejecutivo. Votaron a favor los batllistas netos, los nacionalistas promotores de la moción y quienes representaban a la Unión Cívica, al Partido Comunista, al Socialista y al Partido Blanco Radical. Por mantener las medidas, los herreristas, los colorados terristas, los riveristas, los sosistas y los vieristas, pertenecientes estos últimos a fracciones minoritarias del Partido Colorado que habían abandonado el tronco batllista. De los ciento cuarenta y un legisladores que integraban en aquel momento la Asamblea General, faltaron a aquella reunión trascendental veintiséis, cinco con licencia y veintiuno por razones que ya no se podrán aclarar aunque la de lavarse oportunamente las manos no debe estar muy lejana. Quedó sin embargo en el recuerdo de mucha gente, la frase con que el legislador socialista Emilio Frugoni definió a aquella Asamblea General en su libro La revolución del machete: "tuvo una hermosa muerte". Esa noche, mientras se esperaba la respuesta del Poder Ejecutivo, los parlamentarios convencidos que los hechos eran ya inevitables, estuvieron sacando sus documentos y pertenencias del Palacio Legislativo. La reacción del Presidente de la República demoró muy poco. A la mañana siguiente, 31 de marzo de 1933, Gabriel Terra dictó un decreto por el cual se declararon disueltos el Parlamento y el Consejo Nacional de Administración, creó una Junta Gobierno de nueve miembros para asesoramiento del Poder Ejecutivo, cesó el Concejo de Administración Departamental y la Asamblea Representativa de Montevideo (actual Junta Departamental), anunció la creación de una Asamblea Deliberante en sustitución del Poder Legislativo y convocó a la ciudadanía para la elección de una Asamblea Constituyente capaz de efectuar las tan reclamadas reformas a la Constitución.
Esta elección fue programada para el 25 de junio de 1933. Ese mismo día, el Poder Ejecutivo dictó otras resoluciones con la intención de aliviar las heridas y calmar los ánimos. Las que tuvieron mayor receptividad de la población fueron las que promovieron la reducción de los sueldos más altos de la Administración Pública y la supresión de las jubilaciones a personas de grandes recursos que no las necesitaban, la de fijar bajas retribuciones a los integrantes de la Asamblea Deliberante y fundamentalmente, la de mantener en sus cargos a todos los actuales empleados y obreros del Estado "mientras cumplieran satisfactoriamente las obligaciones inherentes al cargo". Hubo además otras medidas tan emparentadas con ciertos proyectos del Uruguay actual que no dejan de llamar la atención: la reducción del número de directores de los entes autónomos a tres miembros cada uno con excepción del Banco de la República, que conservaría los cinco, la fusión en el mismo directorio de los organismos de Correos, Telégrafos y Ferrocarriles y los del Banco de Seguros e Hipotecario y la no provisión en el futuro inmediato de cualquier cargo administrativo. Resultaba evidente que la búsqueda del ahorro público era la primera meta fijada por el nuevo gobierno de hecho.
Unos años más tarde, Gabriel Terra hijo en su libro Gabriel Terra, la verdad histórica, dio su versión, que en definitiva también es la del oficialismo de la época. "Después del pronunciamiento de la Asamblea General, rechazando las medidas de seguridad, al Presidente de la República sólo le quedaban dos caminos: la renuncia o la disolución del Parlamento. El primero, era la guerra civil, el segundo el Golpe de estado sin sangre y sin infortunio. Haciendo honor integral a su dignidad y a su mandato, Terra no vaciló, optó por la voluntad irreprimible de su pueblo que exigía la reforma y el plebiscito y el único camino posible para la reeconstrucción nacional (...) La situación de hecho fue un mal necesario".
Cómo reaccionó la ciudadanía el 1o de abril de 1933, al enterarse del Golpe de Estado? Podría afirmarse que con cierta indiferencia. Probablemente los hechos eran demasiado previsibles como para provocar sobresaltos. Tal vez haya pesado en ese desinterés una suerte de hartazgo ante los cambios de posición de algunos partidos o la falta de visión o de capacidad de diálogo de otros. El razonamiento de muchos puede haber sido el de que ante la falta de trabajo, la reducción de salarios, el alza del costo de vida, la ausencia de reformas y el poco horizonte para definir un mejor destino, lo mejor era un cambio de sistema en el gobierno, sea cual fuere el método utilizado para llegar a él. El funcionario norteamericano Butler Wright, concluía un largo informe de los hechos a su gobierno con la frase: "Es indudable que en los círculos que habitualmente frecuentamos parecen haberse derramado pocas lágrimas por la repentina muerte del antiguo régimen". El medio social en el cual se movía el ministro, seguramente no era el más representativo para juzgar lo ocurrido, pero hubo muchos que pensaron igual. Algo parecido percibió desde el otro extremo ideológico el legislador socialista Emilio Frugoni en su libro La revolución del machete: (El Golpe de Estado) "no agitó mucho las ondas de la vida nacional ni levantó grandes olas de indignación". Y el dirigente nacionalista Gustavo Gallinal en su libro El Uruguay hacia la dictadura coincidió: "Predominaba la idea de que el pueblo estaba tan íntimamente consustanciado con sus libertades que no toleraría su cercenamiento (...) Sobreestimación del grado de cultura cívica nacional".
En realidad, una revisión de lo sucedido en las horas inmediatas, recogido a través de la prensa, parece confirmar las observaciones antedichas. Ningún espectáculo público fue suspendido. En plena final del carnaval, la población montevideana todavía disfrutaba plenamente de los días de playa y las diversiones normales. Aunque siempre se ha dicho que el domingo siguiente jugaron a estadio lleno Nacional y Peñarol, la verdad es que este último equipo jugó contra el Flamengo un amistoso tan amistoso que según los diarios, fue disputado con la presencia de un solo juez de línea. Un estadio lleno presenció el triunfo del equipo brasileño vicecampeón por tres a dos. Las entradas más caras costaban un peso y los taludes veinticinco centésimos. Ese mismo fin de semana se siguieron con gran expectativa las alternativas de la Copa Davis en las canchas del Prado, se largó el Raid de Regularidad entre Montevideo y Rivera que ganaría Héctor Supicci Sedes, hubo regatas y se corrió el clásico maroñense José Shaw. También los cines trabajaron normalmente. Había cerca de cincuenta y en los principales del centro daban Indiscreta con Gloria Swanson (Ariel ) y El demonio y el abismo con Gary Cooper, Charles Laughton y Tallulah Bankhead (Rex Theatre). En el Estudio Auditorio se conmemoraban los cincuenta años de la muerte de Richard Wagner con fragmentos de Tannhauser, Tristán e Isolda, Los maestros cantores y Las Walkirias, por la orquesta sinfónica dirigida por Lamberto Baldi y las actuaciones del barítono Víctor Damiani y la soprano Delia Corchs de Martínez Oyanguren. Ningún teatro, en ese momento dedicado a las revistas frívolas, anunciaba la próxima presencia del cantor Carlos Gardel.
La prensa partidaria tuvo diferentes reacciones, de acuerdo a la posición política asumida. Los diarios opositores del 1o de abril pusieron por encima de todo su sobrevivencia, midiendo cuidadosamente sus notas y titulares. El Día publicó notas cortas y espacios en blanco observados por la censura. El País, optó por la veda gráfica. No ofreció fotos y sí nueve espacios en blanco en su página editorial y tres más en la última. Los vespertinos El Ideal y El Plata, batllista el primero y nacionalista independiente el segundo, cubrieron todo lo sucedido, en especial los últimos momentos del ex Presidente de la República Baltasar Brum, previos a su suicidio, con grandes y numerosas fotografías. El semanario nacionalista radical Acción, fue el único que brindó opinión con una singular valentía que le valió tres meses de clausura. Traía en la portada una gran foto de Washington Beltrán cuya leyenda decía "Los jóvenes le prometemos luchar enérgicamente contra la dictadura que su optimismo creyó desterrada para siempre".
Los diarios oficialistas en cambio manifestaron su alborozo con distintos matices. Los riveristas La Mañana y El Diario y el terrista El Pueblo, se limitaron a aplaudir pero sin estridencias. Los nacionalistas reformistas El Debate y La Tribuna Popular demostraron mucho más entusiasmo. El diario de Herrera, que poco antes del Golpe de Estado había escrito la frase "revolución tres veces santa" publicó sus conclusiones en un gran título: "¡Está salvada la República!" Y La Tribuna editorializó en aquel estilo que le había dado justa fama: "Infiltraron en el organismo social toda la podredumbre de una inmigración aceptada sin control (creando) el partido del estómago (...) Pero una mano enérgica dio un tirón del mantel y el banquete terminó. (...) ¡Qué lamentable desbande!" Hubo sin embargo en los medios periodísticos una voz por encima de las pasiones. Tanto, que ni siquiera se acordó de informar que había tenido lugar un gravísimo quiebre institucional. Fue el diario El Bien Público, fundado por el poeta Juan Zorrilla de San Martín. El sábado 1o de abril, dedicó su página editorial a la divulgación de diversas encíclicas papales.
Leer: Gabriel Terra VIII
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