Ya en el primer mes del año, la estrategia de las fuerzas políticas reformistas no admitía dudas. El Herrerismo presionaba con la posibilidad de una insurrección y el oficialismo terrista, apoyado por el riverismo maninista no solamente miraba para otro lado disimulando esa campaña, que era claramente subversiva, sino que especulaba con que la única forma de detenerla era buscar un entendimiento que evitara la posibilidad de una guerra civil. Sobre esas brasas tendría que ponerse a asar la nueva Constitución. El 13 de enero, en la casa de Alberto Puig, un amigo personal de Terra y familiar de su señora, éste se entrevistó con Herrera. El caudillo blanco le comunicó que junto al doctor Alfredo Navarro, una eminencia de la cirugía médica que presidía el Movimiento Pro Reforma Constitucional, estaba organizando una marcha pacífica sobre la capital para el 8 de abril, cuya meta final era derribar el régimen colegiado. Si ese recurso fallaba, entonces se iría a la guerra civil. Eduardo Víctor Haedo en su libro Herrera caudillo oriental, repite letra a letra un editorial de El Debate de 1938, publicado en ocasión de los cinco años del Golpe de Estado y afirma que las palabras finales de Herrera a Terra fueron: "El cambio radical se impone; hay que hacerlo. Lo haces tú o lo hacemos nosotros. En lo que me es personal, yo ya estoy resuelto". Haedo también dice que luego de escuchar la opinión de Terra, Herrera y Arteaga marcharon rápidamente al interior a detener la insurrección. Uno de sus jefes, Villanueva Saravia les habría contestado "que acataba la orden del Directorio pero hubiera preferido seguir adelante(...) que tenía fuerzas y armas como para convulsionar al país (...) y que a los quince días el portugués" (es decir, Gabriel Terra)"pedía la bacinica". En mayo del 88, entrevistado por el autor de estas notas para el semanario Búsqueda, Gabriel Terra hijo también sostuvo que su padre había salido de aquella reunión convencido que la revolución nacionalista que encabezaban Villanueva Saravia y (otra vez) su hermano Nepomuceno, era un hecho y que había que detenerla de cualquier manera. Tres días después de esa entrevista, dando un crudo ejemplo de la situación social que se estaba viviendo, los enfermos del hospital de tuberculosos y leprosos Fermín Ferreira abandonaron el instituto y marcharon por las calles reclamando mejor alimentación, un aumento en las atenciones de los médicos y más medicamentos. Este hecho fue utilizado con largueza en el carnaval que se avecinaba. El gran éxito de la murga Los Patos Cabreros que dirigía Pepino fue un cuplet que transcribe el libro de Gerardo Caetano y Raúl Jacob "El nacimiento del terrismo (tomo III)". "Existe en varios hospitales / gran agitación / Y el enfermo pide que se tenga / de él más compasión / A más de faltar medicamentos / qué desilusión / / es completamente / deficiente la alimentación. / Falta el material de curaciones / vendas, algodones, / no hay quién los perdone / morfones, morfones..." Cualquier semejanza de esta situación denunciada hace setenta años con la realidad actual de la medicina pública y el millón y medio de personas que se atienden en ella, es una curiosa coincidencia.
El mes de febrero se inició bajo el signo de una convulsión social que ya tenía hasta fecha fija. La marcha sobre Montevideo iba a tener lugar de acuerdo a lo anunciado el 8 de abril y si se tienen en cuenta las palabras del propio doctor Navarro en una entrevista de prensa de aquellos días, "después de ese acto todos los poderes del Estado excepto la Presidencia de la República deben quedar caducados debiendo procederse de inmediato a la elección plebiscitaria de una Asamblea Constituyente soberana". El 9 de febrero según consignó el diario terrista El Pueblo citado por Luis Batlle Berres en su libro Cobardía y Traición, tuvo lugar una segunda entrevista privada entre el presidente Gabriel Terra y el líder nacionalista Luis Alberto de Herrera en la cual quedaron coordinados todos los pasos que conducirían a la disolución de las Cámaras. "El Presidente de la República" -expresó el citado órgano oficialista- "salió de esa entrevista con la impresión de que la guerra era un hecho inminente, no sólo por todos los informes recibidos de la frontera sino por el estado de ánimo en que el presidente de la República halló al Dr. Herrera".
Menos de una semana después, el 14 de febrero, el doctor Gabriel Terra publicó una carta abierta en los diarios expresando textualmente: "Estamos al borde de la guerra civil. Las noticias que poseo y que me merecen absoluta fe así lo establecen de un modo innegable. Días u horas más entraremos en lo irreparable de los hechos. Quiero cumplir con el deber de hombre bueno que soy dando un paso poco común para los que gobiernan. Pido, ruego, como hombre y como gobernante a todos los que puedan influir en el mantenimiento de la paz, que lo hagan". Luis Batlle Berres se indigna de estas palabras en su libro. "¡Y pensar - dice "que ya se había producido la entrevista con Herrera en la que se había acordado el Golpe de Estado! Y agrega: El 17 de febrero El Día ofreció al Presidente su solidaridad más completa para la defensa de las instituciones y el 18 de febrero el presidente contesta que "el deslinde es definitivo" y les hace saber a los de El Día que "la defensa de las instituciones no los necesita. Que ya es tarde". ¿ Y cómo no iba a ser tarde si el 9 de febrero Terra y Herrera se habían apalabrado para "dar el golpe desde arriba"?
La posible revolución nacionalista, el Golpe de Estado anunciado como inminente, las continuas peleas entre los líderes políticos rivales y la eficiencia o ineficiencia del régimen colegiado de gobierno, fueron el eje central de las sátiras carnavalescas de aquel mes de febrero de 1933. El día 25, coincidiendo con el desfile inaugural, el diario batllista El Día publicó en una página entera una gran caricatura que representaba el gran corso de esa noche. El Marqués de las Cabriolas, que lo presidía como era habitual, tenía la cara del doctor Luis Alberto de Herrera. Detrás de él marchaban los hermanos Saravia, el doctor Alfredo Navarro y otros primaces herreristas vestidos de gauchos en una parodia de la "marcha sobre Montevideo". En su camino pasaban por un palco donde se encontraban entre otras figuras el Presidente de la República y el líder del riverismo Pedro Manini Ríos, que los saludaban levantando el brazo a modo del saludo fascista.
En este año 2003, a setenta exactamente del primero de los tres Golpes de Estado que sacudieron al país en el siglo pasado (Terra, Baldomir, Bordaberry), desaparecidos ya todos su protagonistas, quienes todavía se interesen por sus causas o pretendan entender los impredecibles caminos de la política, tendrían que hacerse varias preguntas de difíciles respuestas. ¿Cuando el doctor Luis Alberto de Herrera anunciaba que estaba todo pronto para una invasión desde el norte exageraba deliberadamente como forma de presionar a Terra? ¿Cuando este último hacía lo propio utilizando a su favor ese peligro para sentirse forzado a un quiebre de las instituciones lo decía convencido o lo hacía con un guiño de complicidad hacia Herrera? ¿Estaban los dos caudillos de acuerdo? ¿Si Terra no buscaba la dictadura por qué toleró la organización y el apoyo de la insurrección armada que impunemente y a diario proclamaban El Debate, La Tribuna Popular y La Mañana? ¿En el póker político de aquel momento la famosa manifestación del 8 de abril luego de la cual "iban a caducar todas las instituciones excepto la Presidencia de la República" era real o apenas un bluff para asustar a los adversarios? ¿Si Terra se sentía tan maniatado por una Constitución que le impedía tomar injerencia en los asuntos económicos por qué aceptó su postulación? Si los llamados batllistas netos, habían sacado casi seis veces menos votos que Terra ¿ Por qué pretendían controlar la orientación del gobierno?
La Constitución impedía a Gabriel Terra asumir decisiones en materia económica, es un hecho, y el país, amenazado por la oleada de la crisis del 29 hacía agua por todos lados. Para que el presidente pudiera tomar el timón, debía ser reformada la Constitución y la vía más directa y rápida era llamar a un plebiscito consultivo y permitir que la ciudadanía decidiera. Pero la Constitución no le permitía este recurso y para cumplir con sus propósitos, era preciso violentarla. La forma menos dolorosa iba por el camino de convencer a la opinión pública de que si esto no ocurría, sobrevendría una guerra civil, tal como se lo había anticipado Herrera. Y el primer paso de esa anunciada insurrección era la manifestación programada para el 8 de abril.
Llegando a finales de marzo de 1933, todas las expectativas estaban centradas en esa famosa marcha sobre Montevideo, planificada a estilo de la similar de Getulio Vargas en Brasil o la de Mussolini sobre Roma. Gustavo Gallinal en su excelente estudio de ese período El Uruguay hacia la dictadura recuerda los detalles de la conversación mantenida entre Terra y Herrera en el mes de enero de aquel año y transcrita, con autorización del propio presidente en el diario El Debate en 1938. Ante la insistencia del caudillo nacionalista, Terra había respondido: "reconozco la obcecación de los contrarios, pero vamos a dejar pasar el invierno". Clausurando luego las dos horas de diálogo con estas palabras: "Vamos a ver lo que resulta de los sucesos (es decir, de la manifestación que Herrera le estaba anunciando) "Si el pueblo en masa sale a la calle y lo pide, yo acataré su decisión e iremos donde hay que ir. En tanto, pido a todos cordura. No me obliguen a contestar la violencia con la violencia".
El pueblo ignoraba aún el tenor exacto de la conversación entre los dos líderes reformistas pero seguramente la adivinaba. En un clima de terror creciente la ciudadanía aguardaba el día 8 de abril envuelta en toda clase de rumores alarmistas. Según uno de ellos, echado a correr dramáticamente por los voceros presidenciales, los opositores a Terra "iban a proceder a apagar totalmente las luces de Montevideo al paso de la manifestación reformista produciéndose al mismo tiempo con fines criminales la fuga de los más peligrosos delincuentes del Penal de Punta Carretas". La especie no podía sostenerse pero la inocencia de alguna gente conducía a un razonamiento absurdo: amparados por la oscuridad y antes de proceder a sus crímenes, los presidiarios iban a preguntar casa por casa a qué partido pertenecían sus moradores para respetar la integridad de aquellos que los habían dejado escapar. El 27 de marzo, el grupo que se identificaba con el larguísimo y poco recordable nombre de Gran Comisión Nacional Reformista Pro Consulta Inmediata a la Soberanía Popular lanzó un manifiesto firmado por el doctor Alfredo Navarro que contenía un claro mensaje insurreccional. "Tenemos conciencia de que vivimos un momento decisivo para el porvenir de nuestra Patria (...) Se afirma que violamos la Constitución quienes pedimos su reforma inmediata por el procedimiento plebiscitario. A eso contestamos: la soberanía popular es inalienable e ilimitada. (...) Que todos se inclinen ante la voluntad nacional. La angustia de la hora no admite demora. (...) La columna cívica que desfilará el 8 de abril abrirá una era de renovación fundamental".
El 30 de marzo, los diarios anunciaron dos noticias que llamaron la atención de quienes observaban atentos la situación. Una de ellas fue el viaje del doctor Luis Alberto de Herrera y su esposa a Río de Janeiro. Tras la aparente intrascendencia del hecho que parecía no ir más allá de una información social, se tejieron toda clase de conjeturas: la más repetida, que horas después se dio por confirmada, fue la de que el Golpe de Estado era tan inminente que el caudillo nacionalista tomaba distancia para no involucrarse personalmente en él.
La otra información periodística tenía una importancia más grave y directa sobre los hechos que se estaban desarrollando. El diario El Día había publicado un manifiesto bajo el título A los ciudadanos de toda la República en el cual, con la firma de todos los consejeros nacionales, senadores y diputados del batllismo neto o antiterrista, se enjuiciaba con duros cargos a la política reformista del presidente. "Todas las fuerzas oscuras de la reacción y el despotismo se coaligan para destruir la obra de paz, de libertad y de justicia que hemos realizado al precio de tantos esfuerzos, de tanta sangre y de tanto dolor. Incorporarse a las filas de los que pretenden imponer la reforma por el plebiscito inconstitucional, mientras se intenta montar en la sombra la máquina de la dictadura, es renegar de la democracia y (...) traicionar el espíritu luminoso de Batlle". En su misma edición, el diario citaba a la Convención de su partido para esa tarde a efectos de tratar con urgencia un tema excluyente:"salvar al país de la satrapía".
El presidente Terra no era un hombre de carácter débil. Ya lo había demostrado en ocasión de sus múltiples discrepancias con el pensamiento de don José Batlle y Ordóñez (pese a que se seguía considerando batllista) y a sus enfrentamientos con la nueva generación del diario El Día. Una inmensa mayoría de su partido lo había votado para el cargo que ocupaba, él mismo se consideraba el más importante caudillo partidario y no pensaba renunciar a sus derechos de gobernante, legítimamente adquiridos. El mismo 30 de marzo en el marco de Medidas Prontas de Seguridad, el presidente Terra y su ministro del Interior Alberto Demicheli, quien más de cuarenta años después sería designado Presidente de la República por otros militares golpistas dispusieron la adopción de un paquete de disposiciones que incluían la prohibición de la citada Convención, la censura previa a los órganos periodísticos que atribuyeran propósitos dictatoriales a la gestión presidencial y la intervención de las cárceles y diversos organismos del Estado. Más tarde envió un mensaje a la Asamblea General algunos de cuyos párrafos eran particularmente graves: "El Presidente de la República no quiere, no desea, no busca la dictadura. (...) Lo único que el Poder Ejecutivo desea patriótica y ardientemente es la consulta popular. (...) No obstante algunos miembros de los Poderes Públicos le atribuyen a la Presidencia (...) propósitos subversivos como se comprueba en el manifiesto que dirigen a los ciudadanos en el diario El Día. (...) La actitud de los legisladores e integrantes del Consejo Nacional es además, francamente delictuosa al acusar al Poder Ejecutivo de "montar en la sombra la máquina de la dictadura". Una de dos: o la Presidencia de la República ha delinquido, en cuyo caso no se explicaría ni justificaría su permanencia en el cargo teniendo como tienen los firmantes del manifiesto la facultad de promover el juicio político de responsabilidad o por el contrario han delinquido los legisladores y miembros del Consejo Nacional de Administración que atribuyen a la Presidencia los propósitos subversivos ampliamente desarrollados en el referido manifiesto". La censura de prensa remarcada en el texto afectaba directamente a los órganos periodísticos opositores a Terra: los batllistas El Día y El Ideal los nacionalistas independientes El País y Diario del Plata y algunos semanarios de los partidos o fracciones menores. Debe rescatarse como una curiosa constante, la preocupación de quienes quebrantan la Ley Fundamental por evitar que les sean atribuidos propósitos dictatoriales, como si las palabras fueran más ofensivas que los hechos en sí mismos. Exactamente lo mismo ocurrió el 27 de junio de 1973. La teoría de dar muerte al mensajero de las malas noticias, tenía y sigue teniendo plena vigencia.
Leer: Gabriel Terra VII
No hay comentarios.:
Publicar un comentario