3/8/08

Gabriel Terra V

El segundo episodio que hizo temblar los cimientos de la presidencia de Gabriel Terra, se produjo en los mismos días del intento revolucionario de Nepomuceno Saravia y fue el descubrimiento de un presunto complot comunista para apoderarse del poder. El mismo día en que comenzaba el Carnaval, Terra citó a sus ministros, a los consejeros nacionales y a algunos líderes políticos de los partidos tradicionales y les comunicó que había sido descubierto un plan para derrocarlo cuya responsabilidad era del Partido Comunista. Como consecuencia les anunció la puesta en práctica de medidas muy duras que incluyeron acuartelamiento de tropas, allanamientos de locales sindicales y fincas particulares, detenciones, patrullaje armado por las calles y la clausura del órgano comunista Justicia. Muy probablemente Terra había sido permeable a los consejos del Ministro Británico en el Uruguay R.C. Mitchell quien en un informe secreto enviado a su país en el mes de agosto, aseguraba que "no es del todo sorprendente que Montevideo deba ser considerado como la oficina principal de los comunistas en América del Sur. (...) Este es un lugar ideal para las ideas comunistas (en virtud del) apoyo de los batllistas y especialmente del doctor Brum. (...)". Recién llegado al país, es factible que el señor Mitchell supiera muy poco de nuestra realidad interna. En otro de sus informes posteriores cometió errores propios de un ignorante o un imaginativo. "No podría determinar aún si la revolución de Nepomuceno Saravia fue financiada por refugiados argentinos o si fue nominalmente nacional bajo la égida soviética".

Reales o exagerados estos dos conatos revolucionarios tensaron más la situación. Hubo enfrentamientos en las calles, en especial uno en 18 de julio y Gaboto en el cual la dirigente sindical María Collazo la emprendió a golpes con el comisario José Casas. Y una semana después, en el transcurso de un acto autorizado fue detenido el diputado comunista José Lizarraga, un militante que asistía de mameluco obrero al Parlamento, solía utilizar un lenguaje muy vehemente y calificaba de socialfascistas a los integrantes del Partido Socialista. Gabriel Terra hijo escribió la versión de los hechos en el libro citado párrafos atrás. "Comenzaron el acto cantando La Internacional y el Himno Comunista Italiano en cuyo momento dos niñas que aún no han sido identificadas, profirieron gritos diciendo: "¡Abajo el gobierno de Terra, de hambre y de reacción!" lo que fue apoyado por los allí reunidos (...) Subió a la tribuna el diputado nacional José Lizarraga (...) manifestando que había que derrocar violentamente al gobierno fascista de Terra para implantar el de los obreros, campesinos y soldados (...) El inspector Saint Laurent se dirigió al diputado disertante invitándolo a abandonar la tribuna para proceder a su detención. (...) Algunos de los allí reunidos utilizando las astas de sus banderas atacaron a los funcionarios policiales resultando lesionados de ambos bandos. Al procederse a la detención del diputado Lizarraga, se le halló armado de un revólver cargado con cinco balas".

El caso fue tratado como una cuestión de fueros por la Cámara Baja y Lizarraga fue puesto en libertad, pero desató iras periodísticas. "¿Cuál de los dos comunismos es peor?" –escribió El Debate– "¿El de adentro o el de afuera? (...) Ahora el batllismo, o sea el comunismo nacional, trata de acumular culpas sobre el otro comunismo, o sea el moscovita" La Tribuna Popular era todavía más agresiva: "Es obra tan sagrada terminar con el comunismo como terminar con el batllismo". Y El Día replicaba sin dejar de sacar sus uñas anticlericales: "Creemos que la policía debe reprimir todo desorden, tenga él origen en ideales comunistas o en ideales católicos. ¡La sangre no llegará al río!"

Se equivocó. La sangre no demoró mucho en llegar

El mapa político de los meses previos al golpe de Estado de Gabriel Terra, estaba perfectamente delineado y no había lugar para las confusiones. De un lado se encontraban los colorados terristas que poco a poco habían dejado de llamarse batllistas, los colorados riveristas orientados por el doctor Pedro Manini Ríos, antigua mano derecha de José Batlle y Ordóñez, los grupos menores también colorados integrados por vieristas y sosistas y los nacionalistas acaudillados por Luis Alberto de Herrera. Todos ellos reclamaban una reforma constitucional que restableciera el régimen presidencial aunque para llegar a ella hubiera que forzar una salida por encima de la ley. Por el otro se agrupaban los batllistas autodenominados netos, los nacionalistas independientes no herreristas, los comunistas, los socialistas y los cívicos, agrupados en un frente férreamente legalista. La paridad de fuerzas era muy grande y mantenía al país sumido en un pantano sin salida.

Con la temperatura política llegando ya a un estado de incontrolable ebullición y próximo ya el final del año 32, el diario El Pueblo propiedad del doctor Terra, hizo público un inesperado proyecto de modificación de la Carta Fundamental, que trataba de contemplar a todos y que en definitiva no contentó a nadie. Este, definido por el mismo Terra como "de estilo suizo" incluía en sus partes más esenciales, un Ejecutivo pluripersonal de siete miembros, cinco por la mayoría y dos por la minoría, mayorías absolutas en las cámaras y supresión de los ministros. Sin embargo, la implacable tenacidad con que el presidente había atacado previamente al sistema colegiado que ahora pretendía perpetuar hizo que este proyecto fuera ridiculizado por unos y otros. Sus viejos correligionarios pensaron que se trataba de un intento de acercamiento al viejo tronco batllista para evitar males mayores y los nuevos compañeros de ruta que al parecer no habían sido consultados, se indignaron. "Estrafalaria ocurrencia reformista" - bramó el diario riverista La Mañana- "Mal psicólogo y pésimo cirujano demuestra ser el doctor Terra". El órgano herrerista El Debate se enojó más aún: "Creeríamos estar ante la presencia de una broma de inocentes (...) Contra el Consejo Nacional y contra el colegiado ha pronunciado frases lapidarias que ahora tranquilamente olvida para dar de súbito marcha atrás y arrojar la tea de la guerra civil". Y el diario La Tribuna Popular, editorializó sobre el tema con una caricatura de Terra que lo mostraba con un vendaje en la cabeza que decía "reforma" y cubierto por una sábana donde se podía leer la palabra "dictadura". Lo rodeaban dirigentes y una figura que representaba a Juan Pueblo decía en verso:

"No le hagan caso al chichón
que en la cabeza no hay nada
la tiene hueca y vacía
completamente tapiada
atáquenle la barriga
con masaje y cataplasmas
que lo que tiene el enfermo
es dictadura oligarca".


Menos de un mes después de aparecido en la prensa el esbozo de reforma constitucional ya había sido tragado por el rechazo político, la indiferencia de la gente, el verano y los festejos de fin de año. Y tanto La Mañana como El Debate y La Tribuna Popular, que se habían burlado de él, se hincaban a diario en los altares terristas orando por una inmediata adecuación de una nueva Constitución a los hechos que se estaban viviendo, lo cual en definitiva no era otra cosa que pedir un Golpe de Estado. Rápidamente, Terra ya había dejado de ser el "mal cirujano" y el "cabeza vacía". Y el Herrerismo, seguía insistiendo cada vez con más fuerza con la posibilidad de una nueva guerra civil, como forma de presión para que la necesidad de evitar derramamientos de sangre condujera a alguna solución transaccional. La Tribuna Popular entretanto, procuraba convencer a sus lectores (que por otro lado no eran tantos) que "Montevideo, como Sodoma y Gomorra, era una ciudad corrompida, símbolo de la podredumbre política, la corrupción y todos los defectos imaginables y exhortaba a los hombres del campo a organizar una marcha monstruosa sobre la capital".

Sin embargo en medio de las borrascas, el Parlamento había seguido trabajando con eficiencia. El último día de sesiones del año 1932, la Cámara Baja aprobó un proyecto de ley, que ya había sido sancionado por el Senado, por el cual se consagraban los derechos cívicos de las mujeres. Establecidos en la Constitución del 17, la cual pese a sus errores también tenía sus puntos destacables, su redacción definitiva había tenido que aguardar quince años, frenada por legisladores que no concebían que las mujeres tuvieran su lugar más allá de la cocina y la crianza de sus hijos y fueran capaces de razonar y de tener opinión en materia política. Como consecuencia inmediata, antes de fin de año fue creado el Partido Independiente Demócrata Feminista, el primer nucleamiento político no masculino que tuvo lugar en el país. Las mujeres tuvieron que esperar todavía seis años más para poder votar. Recién lo hicieron en 1938 cuando fue consagrado presidente el general Alfredo Baldomir. Pero en esa oportunidad, el grupo feminista, acaudillado por la señora Sara Rey de Alvarez, no tuvo el apoyo de sus pares. Sacó apenas ciento siete votos en Montevideo y quince en Canelones.

Seguramente desde el final del año que había precedido a la Revolución de 1904, el país no vivía otro tan ennegrecido por malos augurios. Ni siquiera una invasión de langostas como nunca se había visto distrajo a la gente de su preocupación por un nuevo enfrentamiento bélico entre orientales que parecía inevitable. El dos de enero de 1933, el diario herrerista El Debate inició una campaña reformista de gran violencia verbal. Ese día, bajo el título "La chispa de lo alto prenderá el incendio de la llanura" el órgano de prensa que interpretaba el pensamiento de la mayoría nacionalista publicó en su particular estilo: "En el año que se inicia el colegiado tendrá que ser el aborrecible recuerdo de una época de miseria moral y de corrupción política hundido para siempre en el sarcófago de las grandes vergüenzas nacionales". Y tres días más tarde, agravando más aún la pequeña guerra interna política que tenía en ascuas a la ciudadanía, el senador Eduardo Rodríguez Larreta interpeló al ministro del Interior Alberto Demicheli a raíz de una alocución pronunciada por éste en Durazno, como parte de la giras terristas que recorrían la campaña pidiendo un cambio de la Constitución. La sesión culminó en un duro intercambio de insultos entre ministro y senador interpelante culminado con un avance de Demicheli hacia su interlocutor con la intención de agredirlo, que fue frenado por otros senadores. Luego Demicheli se retiró de sala, actitud que dio pie para que Rodríguez Larreta expresara que el ministro había huido y para que el otro senador interpelante, el batllista Minelli apoyara, haciendo mención a una película muy de moda en ese momento y en el cual había un espectacular desfile de coristas "Se fue con paso marcial, como el de El desfile del amor".

Pasando por encima de las interpelaciones y sus posibles consecuencias, el presidente Gabriel Terra y el ministro del Interior Alberto Demicheli prosiguieron con sus giras por el interior en las cuales esgrimían los argumentos que hacían imprescindible a su juicio una reforma constitucional. Muchas veces buscando una mayor comprensión del público, abandonaban las tesis jurídicas y apelaban a ejemplos fáciles. Era verdad que los constitucionalistas de 1917 habían previsto que la Carta Fundamental podía ser modificada solamente por los dos tercios de dos legislaturas consecutivas. ¿Pero cuántas de las personas que la habían aprobado mediante un plebiscito existían a esa altura? Claramente, eran las menos. Por lo tanto, era preciso realizar una nueva consulta a los ciudadanos que vivían en ese momento para ver si éstos estaban de acuerdo con los de la generación anterior. El pueblo -aleccionaban- debía recordar que la Constitución también decía que "la soberanía en toda su plenitud existe radicalmente en la Nación". La tesis era efectista pero probablemente ni siquiera sus inventores la tomaban en serio. La posibilidad de un plebiscito ciudadano a cada cambio generacional, es llevar a las Constituciones a un grado de inestabilidad muy cercano al caos. De cualquier manera esa era la idea que se machacaba desde las esferas presidenciales. Y el diario oficialista El Pueblo las repetía en sus editoriales. "No hay que temer al fetichismo de los textos constitucionales. Si ese fetichismo fuese ley moral de la democracia, las monarquías seguirían dominando porque ellas eran el fruto de la ley en vigor y fue la reparadora violencia la que dio al pueblo el régimen democrático republicano. Cuando esa ley en vigor contraría a la mayoría del país y la minoría no se entrega, las puertas se cierran y se abren las ventanas". Resumamos una vez más la filosofía que posibilitó el golpe de Estado del 33. A) el presidente Gabriel Terra estaba atado por la Constitución que le impedía tomar decisiones económicas, en un mundo conmocionado por la crisis del año 29. B) En consecuencia, para tomar las riendas del país, el Primer Mandatario debía reformar la Constitución. C) Esta preveía en su texto solamente una manera de hacerlo, esto es mediante dos legislaturas consecutivas, lo cual significaba que debían pasar varios años. D) Otra de las maneras factibles aunque irregulares de reforma era mediante una consulta popular, pero para llegar a esto era preciso violar a la propia Constitución.

Los tres primeros meses del año 1933 contemplaron con asombro los preparativos de un golpe de Estado que ya no disimulaba sus intenciones y la idea de que muy probablemente se avecinaran tiempos de guerra civil, era manejada en la prensa como si se tratara de algo inevitable. "¡Acabar pronto de un golpe, sin sangre si es posible con el aborrecible régimen que aniquila la patria!" - clamaba El Debate- "El pueblo en colaboración con la milicia, que es el pueblo en armas se dispone a hacer directamente la reforma". Y el órgano del Partido Comunista Justicia replicaba a su vez: "Propongamos los comunistas la necesidad de organizar la violencia de la clase obrera aliada a las masas campesinas (...) Ellos quieren la violencia del motín, del cuartelazo (...) nosotros organizamos la violencia para destruir el poder de la burguesía y de los terratenientes y establecer la dictadura democrática".

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