6/6/08

Manuel Hevia Cosculluela

Manuel Hevia Cosculluela era un doble agente Cubano. El trabajó como agente de la CIA con Mitrione en Uruguay. Años después, desde Cuba, el escribió sus experiencias en su libro “Pasaporte 11333: Ocho Años con la CIA” y reveló mucho sobre la manera de trabajar de Mitrione.

Dan Mitrione fue secuestrado por los Tupamaros en Julio 1970. Los Tupamaros exigieron la liberación de 150 prisioneros para salvar su vida. Con el apoyo de Richard Nixon, el gobierno de Uruguay rehusó el canje y encontraron el cuerpo de Mitrione ajusticiado por el MLN el 10 de agosto en el día de su cumpleaños.

La historia de Dan Mitirione es el trasfondo de la película State of Siege [Estado de sitio], que simpatiza con los Tupamaros y critica el gobierno Americano para su papel en la política de Uruguay, dirigida por Costa Gavras. En su libro Pasaporte “11333: Ocho años con la CIA” el cubano Manuel Hevia relata su vínculo con DAN ANTHONY MITRIONE como responsable de la agencia de la CIA en Montevideo. En los informes de Hevia aparecen algunos miembros del “Escuadrón de la muerte” y varios oficiales de la Jefatura de Policía y del Ejército todos ellos con sus respectivas identidades verdaderas.


A principios de 1970 Cantrell me dio cita en su casa de Montevideo con el fin de comunicarme su próxima partida rumbo a Washington motivada por su nombramiento para un nuevo cargo. Hablamos largamente en torno a la situación de Uruguay y a la mía en particular.

El norteamericano preveía que, a lo sumo, yo podría permanecer en Punta del Este otro año más. Ya demasiados integrantes del aparato paralelo y de la Dirección de Información e Inteligencia me ubicaban en mis verdaderas funciones y esas cosas a la larga trascienden, lo que no me permitiría seguir en la Sección Política.

Cantrell contemplaba tres alternativas. Si deseaba regresar a Estados Unidos, no tendría el menor problema en obtener la ciudadanía transcurrido el tiempo necesario y, mientras tanto, la CIA se encargaría de mantenerme en actividad. Si decidía permanecer en Uruguay, podía seguir en el giro gastronómico, aunque para contar con el apoyo de “nuestro programa” y seguir en la Sección Política, tendría que abandonar la zona de Punta del Este, donde alguien que no estuviese “quemado” me reemplazaría.

La tercera variante consistía también en permanecer en Uruguay, donde la situación económica continuaba deteriorándose, regresar a mi antiguo cargo en la Misión, pero conservando los lazos con “nuestro programa”. Ellos mantenían las mejores relaciones con el nuevo jefe de la División de Seguridad Pública, Dan Mitrione, quien había sustituido a Saenz unos meses atrás.

Por último, quedaba mi alternativa, la real y por la cual pude escribir mis memorias: en el propio Uruguay contactaría a otro agente de la Seguridad cubana, quien también había sido reclutado por la CIA para realizar espionaje en ese país.

La primera noticia de Mitrione la tuve pocos días antes de la partida de Saenz. Cantrell estaba muy satisfecho. Confiaba en poder realizar una labor mucho más eficaz ahora, al desembarazarse del inestable Asesor Jefe. Conocía superficialmente a su sustituto pero quedó muy impresionado por su historia, ya que en Brasil había tenido una participación destacada.

También pude conocer en esta etapa al sustituto de Cantrell, el señor Richard Martínez, indiado oriundo de Nuevo México. A partir de ese momento éste sería mi nuevo jefe. La partida de Noriega fue mucho más precipitada. Se produjo días antes de haberse hecho público el hallazgo de la centralita telefónica clandestina que le fuera colocada tanto a la Embajada soviética como a otras sedes diplomáticas del barrio Pocitos.

Cuando Noriega abandonó el país, ya había indicios relativos a que los soviéticos sospechaban algo. La centralita fue colocada por técnicos de la propia Sección Política, en tanto los trabajos de aseguramiento fueron realizados por el personal del aparato operativo bajo las órdenes directas de éste.

Era cierto que Juan se había tornado descuidado, pues había actuado al descubierto y por ende aniquilado futuras actividades. Todo el personal que utilizó fue norteamericano, con la única excepción de Lemos Silveira. Esta tarea había sido clasificada de ultrasecreta. Incluso hasta el siempre bien informado Bardesio sólo supo que Lemos realizaba un trabajo de gran importancia.

También Bernal estaba por irse. En menos de un año se renovó a todo el personal yanqui de la Misión. Habían permanecido cuatro años en Uruguay. Sus nombres aparecían con demasiada frecuencia en las acusaciones de la prensa progresista. Estaban gastados.

Al principio veía poco a Martínez, pues estaba ocupado con su proceso de ambientación. Yo por mi parte, estaba atareado en Maldonado. La temporada había sido pésima y me veía a punto de quebrar, pese a la considerable ayuda del dueño de un aserradero local. Estábamos muy endeudados y no queríamos seguir abusando de la generosidad de aquel amigo. Por otro lado yo consideraba cumplida la misión y opinaba que debía regresar a Montevideo.

Personalmente no tenía problemas económicos, con la limitante de no poder aportar mis ingresos vía CIA, ya que no tenía forma de justificarlos. Las reglas en ese sentido eran muy severas. Sólo en una ocasión, desobedeciendo a Cantrell, liquidé una deuda del negocio para seguir la aventura gastronómica.

Martínez por fin me acompañó a ver a Mitrione, con quien departí por espacio de dos horas. Sus ojos parecían de plástico, miraban sin vida. Mitrione me explicó cuáles serían mis funciones, extendiéndose en torno a los cambios que habrían de producirse respecto a método y enfoque.

Del desarrollo de esta entrevista, y de charlas posteriores con Martínez, resultaba obvio que los norteamericanos consideraban concluida la primera fase de su trabajo en Uruguay. La Dirección de Información e Inteligencia ya estaba consolidada. Hasta a Otero lo habían eliminado. La infiltración y el dominio de la Jefatura de Montevideo y del Ministerio del Interior eran satisfactorias.

Hasta ese momento se habían celebrado cerca de seis cursos de entrenamiento y sentado las bases para la penetración en el interior de la República. Los programas de radio comunicaciones estaban en marcha. Los hombres de la primera etapa estaban quemados y consecuentemente eran sustituidos.

En cuanto a mí, aún podía asumir funciones importantes en la Jefatura, siempre que evitara sobresalir y destacarme. Martínez no sólo sustituiría a Cantrell, sino también a Bernal, en cuanto llegara el sustituto de éste, a cuyo arribo Martínez conservó Investigaciones y Entrenamiento, que pasaba así al ámbito directo de la CIA.

Se decidió entonces mi regreso a la Misión. A pesar de haber conocido ya a Mitrione, Bernal me acompañó a la Embajada para presentármelo. Estos equívocos fueron la constante en estos años. Hablamos diez minutos en presencia de César y estudiamos la posibilidad de mi reingreso a la oficina en la jefatura.

En los días previos al amotinamiento, sostuve otra entrevista con Mitrione. En ella me explicó que el cambio de método exigía que él y los demás asesores se hicieran ver lo menos posible por la Jefatura. Yo estaría al frente de esa oficina y mi tarea consistiría en cooperar con Martínez en los cursos, atender a los funcionarios policiales y servirle a él de intermediario.

El nuevo asesor se reservaba como tarea principal el adiestramiento de ciertos oficiales y policías en la técnica de interrogatorios a detenidos políticos. Por Cantrell sabía que esa había sido su principal actividad en Brasil. Mitrione iba a dirigir personalmente el adiestramiento especial, por lo que el mismo no se efectuaría en la jefatura. Eso sí, asistiría periódicamente a las oficinas de Inteligencia y a las celdas políticas para supervisar las prácticas.

Habíamos obtenido una casa en Malvín, la cual reunía los requisitos mínimos: sótano adaptable a modo de pequeño anfiteatro, provisto de aislantes a prueba de sonidos, garage con puerta interior a la residencia y vecinos distantes.

A partir de ese momento Mitrione comenzó a transformarse hasta convertirse en un perfeccionista, que lo verificaría todo personalmente. ¡Hasta cada parte de la instalación eléctrica! Pero volvamos otra vez a la casa. Debía poner un tocadisco a todo volumen en el sótano le encantaba la música hawaiana mientras permanecía sentado en la sala, pero satisfecho, pues no logró escuchar nada. A pesar de todo no era suficiente. Hubo que disparar también con una Magnum.

Bien, muy bien -dijo-. Esta vez tampoco pude percibir nada en absoluto. Ahora, quédate tú, mientras voy al sótano. Y así hasta el infinito.

El curso especial se realizó por grupos de no más de una docena de alumnos. El primero se constituyó con antiguos agentes, de reconocido crédito, adscritos a la Dirección de Información e Inteligencia. Para el segundo se seleccionaron oficiales graduados de la Academia de Policía de Washington, y asimismo se reservaron cuatro plazas para las jefaturas de Cerro Largo, Maldonado, Rivera y Salto. A sus candidatos no se les exigió la condición de egresados de la Academia, pero sí la de haber participado en alguno de los cursos de entrenamiento ofrecidos localmente por la Misión, así como tener sus fichas psicológicas actualizadas.

Richard Martínez era el encargado de completar la matrícula del tercer curso especial, presuntamente, con miembros del aparato paralelo. Se habló de la futura participación de oficiales de las Fuerzas Armadas uruguayas y ya existía una coordinación al respecto entre la Misión Militar y la CIA, pero no se había concretado todavía la manera de llevar “el pan de la enseñanza” a ese sector.

Sin embargo, algunos militares interesados por su superación cultural y profesional, movieron influencias y lograron su inclusión en el primer grupo. Ese es el caso del coronel Buda, específicamente. El coronel Hontou y un tal De Michelis, teniente coronel, también obtuvieron matrículas en el primer grupo, pero por alguna razón fueron sustituidos por un capitán de Paysandú y otro oficial del interior.

Las clases comenzaron insinuantes: anatomía y descripción del funcionamiento del sistema nervioso humano, psicología del prófugo y psicología del detenido, profilaxis social, nunca llegué a saber en qué consistía y la considero un elegante eufemismo para evitar otra denominación más severa, etcétera.

Pronto las cosas tomaron un giro desagradable. Como sujetos de las primeras pruebas se dispuso de tres pordioseros, conocidos en Uruguay como “bichicomes”, habitantes de los suburbios de Montevideo, así como de una mujer, aparentemente de la zona fronteriza con Brasil. No hubo interrogatorio, sino una demostración de los efectos de diversos voltajes en las partes del cuerpo humano, así como el empleo de un vomitivo, no sé por qué ni para qué, y otra sustancia química.

Los cuatro murieron.

En el transcurso de estas primeras pruebas, el oficial Fontana fue separado del curso y por toda explicación se adujo el ingreso de los militares, en tanto se anunciaba su participación para el siguiente. En realidad Fontana demostró tener un estómago débil. Quién lo hubiera dicho ¡Fontana!, el terrible torturador de los tiempos de Otero.

Pero no era para menos. Lo que ocurría en cada clase, era de por sí repulsivo. Lo que les daba un aire de irrealidad, de particular horror, era la fría y pausada eficiencia de Mitrione; su vocación docente, su atención a los detalles, lo exacto de sus movimientos, el aseo e higiene que exigía a todos, tal como si estuviesen en la sala de cirugía de un moderno hospital.

Insistía en la economía del esfuerzo, como él lo llamaba. Ningún gasto inútil. Ningún movimiento fuera de lugar. Para eso estaba la sesión previa del ablandamiento. Que toda acción estuviese encaminada al resultado final de obtener información. Le molestaba la fricción con que Buda manipulaba los genitales masculinos. El lenguaje soez de Macchi le resultaba chocante: “Comisario le señalaba, es más apropiado si nos referimos a esas partes por su nombre correcto. Le rogaría mantuviera la digna disciplina del buen funcionario policial”.

En el transcurso de las clases, también se discutían los interrogatorios que los alumnos llevaban a cabo en la Jefatura, y se señalaban aciertos y errores. Gradualmente las clases de la calle Rivera habían ido alcanzando un nivel de espanto dentro de su atmósfera de asepsia clínica. Con el tiempo llegaron a efectuarse allí interrogatorios verdaderos. Sólo describo los de práctica, ya que prefiero no referirme a los reales. Afortunadamente sólo presencié dos de estos interrogatorios verídicos. La limitante de mis viajes desde Maldonado así lo determinó. Por otra parte, desde hacía tiempo andaba en otros trajines.

En el húmedo invierno uruguayo de 1970 tuve la oportunidad de atravesar la barrera lacónica de Dan Mitrione. Había llegado harto tarde de Maldonado y, en vez de dirigirme a la Embajada, lo llamé a su casa. Me pidió que lo fuera a ver.

Nos sentamos frente a frente en una salita de su acogedora residencia. Todavía hoy no sé el motivo por el que me pidiera que lo fuera a ver; durante tres horas nos limitamos a tomar unas copas y a conversar sobre su filosofía de vida.

Mitrione consideraba el interrogatorio un arte complejo. Primero debía ejecutarse el período de ablandamiento, con los golpes y vejámenes usuales. El objetivo perseguido consistía en humillar al cautivo, hacerle comprender su estado de indefensión, desconectarlo de la realidad. Nada de preguntas, sólo golpes e insultos. Después, golpes en silencio exclusivamente.

Sólo después de todo esto, el interrogatorio. Aquí no debía producirse otro dolor que el causado por el instrumento que se utilizara. Dolor preciso, en el lugar preciso, en la proporción precisa elegida al efecto. Durante la sesión debía evitarse que el sujeto perdiera toda esperanza de vida, pues ello podría llevarlo al empecinamiento. Siempre hay que dejarles una esperanza una remota luz.

Cuando se logra el objetivo, y yo siempre lo logro, me decía, puede ser oportuno mantener un rato más la sesión o aplicarle otro ablandamiento, pero ya no para extraer información, sino como arma política de advertencia para crear el sano temor a inmiscuirse en actividades disociadoras.

Luego me expresaba cómo, al recibirse un sujeto, lo primero que se hacía era determinar su estado físico, su grado de resistencia mediante un exhaustivo examen médico. Una muerte prematura subrayaba, significaría el fracaso del técnico.

Otra cuestión importante consistía en saber a ciencia cierta hasta dónde se podía llegar en función de la situación política y de la personalidad del detenido. Dan proseguía alucinado, necesitaba una audiencia que había encontrado en mí. Y continuaba: “Es importantísimo saber con antelación si podemos permitirnos el lujo de que el sujeto muera”. Fue la única vez que en aquellos meses sus ojos plásticos cobraron algún brillo.

Por último Mitrione concluyó:

Pero ante todo: eficiencia. Causar solamente el daño que sea estrictamente necesario, ni un ápice más. No dejarnos llevar por la ira en ningún caso. Actuar con la eficacia y la limpieza de un cirujano, con la perfección del artista. Es ésta una guerra a muerte. Esa gente es mi enemiga. Este es un duro trabajo, alguien tiene que hacerlo, es necesario. Ya que me tocó a mí, voy a hacerlo a la perfección. Si fuera boxeador, trataría de ser campeón del mundo, pero no lo soy. No obstante, en esta profesión, mi profesión, soy el mejor.

Fue nuestra última conversación. Antes de partir vi a Dan Mitrione una vez más, pero ya no teníamos nada que conversar.


Escribía Manuel Hevia en La Habana, durante el mes de junio de 1972

Ahora en el mes de febrero del 2007 el nombre de Dan Mitrione esculpido en la pared de la Escuela de Policía de la Academia Nacional del FBI, lo revela como un “héroe que perdió su vida por defender los valores democráticos”. Durante su entierro, el 15 de Agosto de 1970 le rindieron homenaje por ser el hombre que “sacrificó su vida por el desarrollo pacífico del mundo occidental y hasta Frank Sinatra y Jerry Luis le dedicaron canciones como a un "hombre perfecto y gran humanista”.

Mientras tanto en el otro extremo del continente americano, en Uruguay, Montevideo, mucha gente militante de izquierda comentó con alivio en aquellos años que por fin había sido ajusticiado uno de los torturadores más grandes en toda la historia del Uruguay.

Daniel Mitrione, para parecer un habitante común y corriente, aparecía como un típico norteamericano de los que llegaban a Montevideo para trabajar en una organización o compañía estadounidense de las que se instalaron aquí en los años 60.

Su llegada no provocó ningún comentario. Era un hombre tranquilo y en su barrio lo conocían como un padre perfecto y respetuoso con sus vecinos sin acercarse demasiado a ninguno de ellos. Se sabía que era un representante de la Agencia del Desarrollo Internacional de Estados Unidos (USAID) y era normal que tuviera carro con chofer asignado por el gobierno uruguayo.

Para los empleados de la USAID, Mitrione era el jefe de la Oficina de la Seguridad Pública con oficinas instaladas en el edificio central de la policía. Su trabajo consistía en instruir a la policía uruguaya a base de la tecnología y métodos norteamericanos para lograr su mayor efectividad en la lucha contra el crimen. Sin embargo los delincuentes comunes no le interesaban. Era el final de los años 60 y el comienzo de los años 70. Uruguay atravesaba una severa crisis económica bajo el gobierno de Jorge Pacheco Areco 1967 1972. El famoso acuerdo de austeridad, control fiscal firmado en 1968 con el Fondo Monetario Internacional sumergió al país en el caos con más de 7,000 huelgas de trabajadores, marchas de protesta, censura de la prensa, y para el colmo del gobierno, los Tupamaros, llamados por el pueblo los Tupas habían incrementado sus acciones. Eran estos revolucionarios que dejaban sin paz y frecuentemente sin sueño a Dan Mitrione.

No sabía mucho de los Tupas y trataba de descifrar qué es lo que los motivaba y como podían subsistir en condiciones de extrema represión sin llegar a contestar a la violencia del gobierno con la violencia revolucionaria.

Se limitaban a hacer públicos los decretos y acuerdos más secretos del gobierno uruguayo, secuestraban a los funcionarios más corruptos del gobierno y los sometían al Juicio Popular. También divulgaban el rol de los Estados Unidos y de la CIA en la ola represiva y en la violación de los más mínimos derechos humanos en el Uruguay. Denunciaban el abuso y robaban los bancos para financiar su accionar. Los ricos ponían el grito al cielo y exigían la mano dura, el estado de sitio y el fin para los Tupas.

Con el tiempo, Dan Mitrione logró formar un escuadrón operativo de policías selectos e instruidos por él mismo y así supo que el Movimiento de Liberación Nacional, Tupamaros empezó a gestarse desde 1963 cuando su líder, Raúl Sendic escribió un artículo titulado, “Esperando al Guerrillero”.

Mitrione conoció que Raúl Sendic había viajado a Cuba en 1960 y a su regreso al Uruguay reorientó su método de lucha sindical hacia la revolución guerrillera. La invasión norteamericana a Santo Domingo en 1965 y la ruptura de relaciones del Uruguay con Cuba aceleraron el proyecto de Sendic de formar la organización clandestina, el Movimiento de Liberación Nacional, Tupamaros.

Dice que después del interrogatorio de uno de los tupas detenidos, Daniel Mitrione recordó que su experiencia en la República Dominicana en 1965 durante la invasión norteamericana fue reveladora. Fue allí donde quedó convencido que la tortura a los subversivos detenidos, daba resultados más efectivos que un lento proceso de infiltración.

En una conversación con el agente de la CIA, el cubano Manuel Hevia Cosquilluela que estuvo de acuerdo con el que el interrogatorio era un arte y requería un profundo conocimiento de psicología humana y la lectura de Freud y Jung.

Le decía a Manuel Hevia que el ser humano más fuerte también era vulnerable. El truco era lograr un dolor exacto en la parte precisa del cuerpo humano administrándole una descarga eléctrica de acuerdo a su condición física. Para esto también se necesitaba la presencia y participación de un médico.

Le contó a Hevia su experiencia en el Brasil donde se entrenaba a la policía, torturando a vagabundos. Así logró su primer invento, la silla para los choques eléctricos, bautizada por la policía brasileña como la “silla del dragón” Aprendió la técnica de producir la contradicción máxima entre el cuerpo del detenido y su mente, utilizando una descarga eléctrica precisa en el punto más vulnerable del ser humano.

Aquella sensación no solamente producía un dolor extremo al preso sino la sensación de humillación de no poder controlar los movimientos del cuerpo que exigía a la mente la rendición y sumisión para salir del infierno de dolor que seguía intensificándose implacablemente.

La noche el 30 de Julio de 1970 al regresar a la casa, Dan Mitrione sentía que estaba acercándose al núcleo de los Tupas. Ya tenía unos 150 detenidos, algunos en el sótano de su casa donde tenía una habitación herméticamente cerrada, a prueba del sonido, donde daba clases de tortura usando a mendigos de Montevideo. Lo que no intuyó esa noche es que los Tupas ya habían llegado a él y decidido acabar su carrera de torturador. Al día siguiente, a unas cuatro cuadras de su casa, el paso de su carro fue cortado sorpresivamente por un automóvil del cual salieron tres hombres que dejaron inconsciente a su chofer y trasladaron a Mitrione a otro auto que desapareció en las calles de Montevideo. No se resistió, sin embargo, en el ajetreo del traslado fue herido en el hombro. Después de unos cuantos minutos ya estaba en la Cárcel del Pueblo de los Tupamaros recibiendo atención médica.

En los primeros días de cautiverio se sentía altanero y seguro de si mismo. Sabía que los Tupas excluían la tortura y los malos tratos.

Como un oficial de policía sabía que el gobierno de Norteamérica no acostumbraba de intercambiar presos para salvar la vida de un policía. Pero como oficial de la CIA tenía la esperanza de un posible canje. Recién al quinto día de su detención, el día 4 de Agosto, cuando cumplió 50 años, entendió que el presidente Richard Nixon no ordenaría al gobierno de Areco Pacheco liberar a los 150 Tupas detenidos para salvar la vida de Daniel Mitrione.

Se ablandó entonces el “místico” de la tortura e inclusive se enfrascó en discusiones ideológicas con sus captores. Tenía la esperanza de que salvaría su vida. Sin embargo, la ola de represión que desató el gobierno, nunca vista en el país, para encontrar a Mitrione, aceleró su destino final. El 10 de agosto de 1970 fue ejecutado por decisión unánime de los líderes del movimiento y su cuerpo fue encontrado en la mañana en un auto robado.

Mitrione no pudo enterarse que su confidente, el agente de la CIA, Manuel Hevia Cosculluela, era en realidad un agente de la Seguridad de Estado de Cuba que después regresó a su tierra natal y escribió el libro, “Pasaporte 11333: Ocho Años con la CIA”, describiendo sus charlas con Dan Mitrione. Tampoco pudo saber Mitrione que su hijo, Dan A. Mitrione Jr. siguió su carrera y terminó en la misma Escuela de Policía de la Academia Nacional del FBI como agente antinarcóticos pero tuvo un triste final cuando en 1985 fue sentenciado a 10 años de prisión por tener en su posesión 10 libras de cocaína y 850 mil dólares en efectivo.

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