20/7/08

Un hijo desaparecido

Provengo de una familia numerosa y heterogénea desde el punto de vista ideológico. Mi padre era un batllista progresista, de carácter sumamente pacífico y conciliador; mi madre muy católica. Discrepaban, pero había mucho afecto y se relacionaban muy bien. Un día un cuadro de la Virgen salía al paso de una procesión y al día siguiente el retrato de don Pepe Batlle tenía asegurado el mismo balcón. Las hijas mayores fueron comunistas, hecho que a mamá hizo sufrir mucho, sobre todo cuando el papa Pío XII excomulgó a los comunistas. La salud de ella no fue buena, murió joven.
Fuimos nueve hermanos, todos nacimos en el interior de la República, la mayoría en San José, pero vinimos pronto a la capital, por lo que me siento totalmente montevideana.
Yo fui católica muchos años, aunque en mi fuero íntimo comulgaba más con las ideas de mi padre. A veces pienso que me mantuve en la religión porque estaba en un medio de gente muy valiosa, muy preocupada por el bien colectivo. En ese aspecto no sufrí ninguna desilusión con la gente de iglesia.
Estudié, tuve una profesión, me casé y tuve dos hijos. Hubiéramos deseado tener más, al punto que como hay años de diferencia entre ellos, luego del primero intentamos una adopción. Como recién iniciado el trámite quedé nuevamente embarazada, mi marido quiso dejarlo sin efecto, en lo que estuve de acuerdo.
Mi marido también era católico. Ninguno de los dos militaba políticamente. Lo hacíamos en parroquias, con grupos de matrimonios o de adolescentes. En determinado momento me enfrenté con la realidad de mi falta de fe y a partir de allí dejé la práctica religiosa y las actividades en la Iglesia. En cuanto se refiere a la política, voté inicialmente a la Democracia Cristiana. Nunca me afilié a un partido de los que integran el Frente Amplio, me siento independiente dentro del Frente.
Mi hijo mayor en los finales de su Secundaria comenzó una militancia política. Advertimos que su escolaridad bajaba sensiblemente de nivel (hasta entonces era muy buen alumno). Era el 68, tenía 17 años. Empezó a tener reuniones a puertas cerradas, faltas a clase... en fin, muchos síntomas de que estaba asumiendo un compromiso y un compromiso que intuíamos peligroso. En determinado momento le planteamos una disyuntiva: que estábamos dispuestos a “bancar” su militancia siempre que no abandonara los estudios. En caso contrario debía trabajar, lo que le restaría también tiempo para lo que hacía. El lo aceptó, pero nuestra preocupación crecía, aunque nunca soñamos que algún día nos encontraríamos en la situación tan terrible que debimos enfrentar. Una mañana abrí el diario y vi que un amigo íntimo suyo había sido detenido. Lo desperté y le dije que tirara todos los papeles comprometedores que tuviera. Inicialmente negó que tuviera nada oculto o riesgoso, pero cuando le mostré el diario empezó a tirar papeles de todas partes.
Al poco tiempo fue detenido junto con su novia en casa de ella. Los llevaron al Batallón Florida, en el Buceo. Cuando íbamos a preguntar por ellos, con ese lenguaje acartonado de los militares nos decían: “vuestro hijo no tiene problemas, es la chica”. Luego de unos días liberaron a ambos. Una noche él nos dijo: “estoy reflexionando si debo quedarme o irme”. No tuvo tiempo de decidir, a la mañana siguiente vinieron a buscarlo y esta vez quedó detenido. Fue procesado por la Justicia Militar y condenado por el delito de “Asociación para delinquir”. Estuvo preso desde mediados de 1971 hasta fines de 1973. (Luego cambió la ley y las sanciones para los presos fueron mucho mayores.) Estuvo siete meses incomunicado. Nuestra primera visita fue en la Jefatura de Policía, todos los presos de un lado y los familiares de otro, separados por doble reja en un griterío en que nos costaba entendernos. No obstante vimos su sonrisa y oímos palabras tranquilizadoras con las que ocultaba sus penas para atenuar las nuestras. Cumplió la condena en cuarteles de distintos departamentos del interior, en algunos en pésimas condiciones, particularmente en Durazno, donde estaba en un pozo que cuando llovía se anegaba. Los familiares en la visita debíamos esperar en la vereda de enfrente, a la intemperie, lloviera o tronara. Allí había un grupo de religiosas que provenían del Sacré Coeur pero que en el momento integraban una comunidad de servicio, que nos acogían dándonos casa y comida el día de visita, con una gran solidaridad.
En Mercedes tuvo hepatitis y lo llevaban a la enfermería cuando íbamos a verlo, el resto del tiempo lo pasaba en la celda. Nunca le hicieron un análisis de control. Allí se le inició un reproceso por “Vilipendio a las Fuerzas Armadas” y fue privado nuevamente de visita. El motivo: un dibujo de presos sentados en la caja de un camión espalda contra espalda atados y encapuchados con una leyenda que decía : “así nos trasladaron”. Por una eficaz y rápida gestión del abogado (el doctor Adolfo Gelsi Bidart), del que quedamos eternamente agradecidos, el reprocesamiento no prosperó.

Cuando quedó libre resolvió irse a Buenos Aires, no se sentía seguro acá. Allí obtuvo documentación como residente e incluso, curiosamente, en el Consulado uruguayo le dieron el pasaporte, aunque acá quedó requerido por ausentarse, ya que debía presentarse a firmar todas las semanas. En Buenos Aires trabajaba como dibujante en una revista (dibujo humorístico) y hacía cerámica que vendía en la feria.
En determinado momento un familiar militante comunista de jerarquía me dijo que lo sacáramos de Argentina, pero él no aceptó irse, desgraciadamente.
Cuando íbamos a verlo nos amargábamos mucho porque no nos dio el domicilio ni quiso ocupar un apartamento que habíamos conseguido. Eso nos daba la pauta de la inseguridad en que se sentía. Si quedábamos en encontrarnos en una esquina y no llegaba (no era demasiado puntual) me encontraba como una Magdalena, segura de que le había pasado alguna desgracia. Fue un tiempo atroz.
Si tuviera que designar con una palabra la época de la dictadura, diría miedo, porque yo soy miedosa, tenía miedo a lo grave y hasta a lo banal; a las muertes y torturas o a la ausencia por una noche de mi hijo menor atrapado en una razzia, pero también a los chorros de agua con que se disolvían las manifestaciones y hasta a las marchitas militares que anunciaban los comunicados de las Fuerzas Armadas.
A pesar de eso la desaparición de nuestro hijo nos agarró en un viaje; hasta el día de hoy me pregunto cómo se nos ocurrió semejante desa-tino. Combinamos con él que llamaría a casa todas las semanas y que nosotros también lo haríamos... Un día nos enteramos de que su llamado no había llegado y de que figuraba en una lista de “desaparecidos “ en Buenos Aires. No teníamos idea de lo que realmente significaba la palabra “desaparecido”, a tal punto que yo le dije a mi hijo menor: “bueno, comenzará el peregrinar de la otra vez”, refiriéndome a la incomunicación que había tenido en su detención o a otra oportunidad en que cuando fui a entregar el paquete de ropa no aparecía su nombre en ninguna lista y estuvimos semanas en medio de la locura buscándolo de oficina en oficina, hasta que un día tuvimos una llamada telefónica; era él; nos anunció la visita de una persona que me propondría algo, pero me aclaró que mi respuesta no incidiría en su prisión. Efectivamente se presentó un militar que dijo ser el capitán Cordero y que me planteó la posibilidad de que colaborara en el análisis de las declaraciones de impuestos de determinados políticos (citó el nombre del doctor Jorge Batlle) análisis para el que se me consideraba apta por mi profesión y trabajo. Yo evadí una respuesta. Ante mi actitud reticente me dijo que lo pensara mejor, que vendría al día siguiente, pero nunca volvió. (Era la época en que entre un sector de los militares y un grupo de presos existían conversaciones sobre el porvenir del país, lo que se llamó “la tregua”.)
Cuando llegamos a Montevideo, nuestro hijo menor, que tenía 18 años ya había presentado en Buenos Aires un habeas corpus que tuvo resultado negativo, como los que luego presentamos nosotros.
En la misma fecha que mi hijo, desapareció la nueva compañera que tenía. Su esposa había vuelto a Uruguay luego de acordar que se divorciarían, trámite que fue seguido por ella solamente, dada la situación de él.
A partir de entonces supimos lo que era ser familiar de un desaparecido, la desesperación de no dejar la casa sola nunca por si había una llamada telefónica, la esperanza y desesperanza de cada día. El miedo fue opacado por una desesperación desde las entrañas, una impotencia, una locura, una angustia de muerte. Pero durante un largo tiempo no imaginamos que se trataba de algo definitivo. Yo, a los meses, fui convenciéndome de la realidad; mi marido estuvo años pensando que estaría preso en alguna región remota. El siguió siendo creyente hasta su muerte, aunque decía que estaba enojado con Dios. Su carácter se vio sumamente afectado, se retrajo, perdió alegría, que por suerte recuperó en parte años después con el nacimiento de un nieto.
La desaparición altera los vínculos familiares. Uno trata de que el propio dolor no invada a los otros hijos pero a veces eso produce que ellos se sientan excluidos, lo que también es terrible. Yo pensaba en el drama de los niños pequeños, ante la falta de su madre; ni siquiera puede explicárseles una muerte. Y los mayorcitos, con una abuela oficiando de madre, pero no es una madre joven como las de sus compañeritos a quienes no saben explicar una ausencia que ellos mismos no entienden.

Nosotros empezamos a recorrer oficinas civiles y militares en Uruguay y Argentina. En Buenos Aires visité a un miembro del Centro de Estudios Legales y Sociales que me dijo con enorme tristeza que su hija había desaparecido hacía un año. Era totalmente pesimista y eso significó un golpe para nosotros, un golpe de realidad. Mignone, que así se llamaba, me dirigió al ACNUR (Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados) donde me dijeron que no fuera sola a Buenos Aires, que era riesgoso aun para los familiares, que me uniera a otros en igual situación. Ante mi desconocimiento me dieron el nombre y dirección de otra madre uruguaya de un desaparecido. Ella fue un elemento decisivo para vincularnos con otras. La visité y paulatinamente un nombre trajo otro nombre y así fuimos constituyendo un grupo para caminar juntos. Una madre se enteró y se acercó, un padre lo supo por un amigo, con otra señora nos encontramos en el Palacio Legislativo tratando ambas de hablar con algún miembro del Consejo de Estado de la dictadura... así fue formándose la cadena. Comenzamos reuniéndonos en nuestras casas y haciendo escritos a toda institución o persona que nos era sugerida. Recogíamos las firmas persona a persona, no teníamos local, no había organismo defensor de derechos humanos al que acudir, todavía no existía SERPAJ en Uruguay. En Argentina nos vinculamos con compañeros de nuestros hijos que, a pesar de que corrían serios riesgos, no tuvieron reparos en apoyarnos y nos fueron de gran valor cuando la Comisión Interamericana de Derechos Humanos fue a Buenos Aires en 1979 a recoger las denuncias. Allí se inició la consolidación del grupo. Esos mismos jóvenes nos dieron la dirección de familiares de presos en Uruguay con los que luego nos vinculamos.
Más adelante, familiares de desaparecidos que estaban exiliados en Europa y habían formado AFUDE (Asociación de Familiares de Uruguayos Desaparecidos) organizaron el viaje de dos de nosotros para recorrer algunos países e informar a la colectividad uruguaya y a instituciones públicas y privadas de la situación del país en materia de derechos humanos y concretamente de la que nos afectaba.
Por el momento sólo nos habíamos agrupado los familiares de desaparecidos en Argentina. Luego de su constitución en nuestro país, el Servicio de Paz y Justicia agrupó a los familiares de desaparecidos en Uruguay, que temporariamente funcionó en forma independiente, porque consideraban que así convenía por la especificidad de su caso. Efectivamente era real que el método represivo de Uruguay era el de la tortura y la cárcel, no el de la desaparición, como en Argentina.
Nosotros, a ejemplo de las Madres de Plaza de Mayo, intentamos reuniones en algunas plazas, con pañuelos blancos en la cabeza. éramos tan pocas que inspirábamos conmiseración y además, en esos años, la gente que pasaba no se explicaba quiénes éramos y no se detenía a preguntar. Un señor dijo a una conocida: “¡Ay, pasé por una placita y veo a cuatro pobres señoras con un pañuelito blanco en la cabeza!”.
Después de las fugaces apariciones en plazas, fuimos con una pancarta con las fotos de nuestros familiares a una iglesia. La gente se preguntaba de qué se trataba. Tomamos precauciones para no pasar frente al Ministerio del Interior. En otra ocasión, en que vino el cardenal chileno Silva Henríquez, estuvimos en un acto con nuestra pancarta donde se hablaba de desaparecidos. Allí hubo quien nos preguntó si se trataba de los uruguayos que iban en un avión caído en los Andes, en Chile. Todo esto indica el total desconocimiento del tema que había en Uruguay.
Nosotros no sufrimos represión, sí eramos controlados. Recuerdo algunos ejemplos. En una oportunidad nos pidieron identificación y al ver el carné de una de nosotras en el que figuraba su apellido de soltera, quien lo pedía dijo: “ah, la señora Fulana”, citando el apellido de casada. Es decir que nos tenían bien fichadas. En otra ocasión en que vinieron dos médicos austríacos interesados en la situación del país les relatamos nuestro caso. Luego ellos fueron expulsados y la policía estuvo en nuestras casas. Reconocimos que los habíamos visitado y mi marido defendió su derecho con severidad, sin consecuencias. En una maniifestación ante el Ministerio de Relaciones Exteriores detuvieron a una compañera, abuela y madre de desaparecidos para interrogarla. Ella tuvo una actitud muy digna y no pasó de eso.
La constitución de SERPAJ en Uruguay significó para nosotros un cambio cualitativo. Nos facilitó un local para reunirnos. Además tuvimos más tranquilidad en nuestras manifestaciones en iglesias por su apoyo, aunque continuaba el control, la grabación de los testimonios dados en voz alta, la patrulla de la zona donde estábamos por vehículos militares, etcétera... Los 28 de diciembre hacíamos un recordatorio especial de los niños desaparecidos.
Cuando una joven traída clandestinamente de Buenos Aires donde le arrebataron a su hijo recién nacido salió de la cárcel, una compañera le preguntó: ¿dónde creés que están, acá o en Argentina? A lo que ella contestó: “en ninguno de los dos lados”. Fue otro mazazo de realidad. Sin embargo, los más optimistas siguieron pensando en un posible reencuentro.
En nuestro andar hubo otras pérdidas... una madre... un padre muy trabajador al que queríamos mucho y que solía decir con humor: ”nosotras las madres…”
¿Por qué nos llamamos sólo Madres? Un poco en imitación de las argentinas, otro poco quizás pensando que éramos menos vulnerables, por el mito de la madre... por la tradicional e ilógica distribución de tareas que atribuye a la mujer la responsabilidad de los hijos. En fin, sólo después y ya cuando nos habíamos agrupado los familiares de desaparecidos en Uruguay y Argentina cambiamos el nombre por el de Madres y Familiares. En el grupo no pesaron las diferencias político partidarias que pudieran tener sus miembros. Tampoco nos dimos nunca autoridades.
En una época posterior nos reunimos con familiares de presos y de exiliados para dar charlas en parroquias, en salones de cooperativas, en todo lugar en que se nos abría una puerta. Decíamos que llevábamos pronto un disco que estaría rayado de tanto repetirse, porque ninguno de nosotros era orador ni expositor profesional. Trabajábamos juntos y se creaban lazos de afecto que nos permitían gran franqueza. Recuerdo que en una ocasión un joven a quien mucho quiero, que hablaba sobre los rehenes de la dictadura me dijo: “hoy hablaste un poquito... peor”. éramos sólo gente que compartía sus problemas con la gente. Tal vez las charlas eran un poco frías, “Doctrina de la Seguridad Nacional” y todo eso. En parte porque creíamos importante tratar esos temas, otro poco para no conmovernos hasta las lágrimas hablando sólo de dolores. Sin embargo nuestro auditorio era siempre cálido y receptivo. íbamos con algún video hecho por estudiantes, referido particularmente a los niños desaparecidos. Reclamábamos amnistía para los presos políticos, verdad y justicia, aparición con vida de los desaparecidos, pues más allá de que nuestras convicciones fueran pesimistas, no seríamos nosotros los que los declaráramos muertos.
Después vinieron los fines de la dictadura, la esperanza cifrada en la Concertación Nacional Programática donde participamos acompañando al Serpaj, la Semana de los Estudiantes... el comienzo de la esperanza.
Luego las decepciones. Empezó a gestarse la ley de caducidad, se pretendió que el perdón a victimarios sin siquiera juicio era equivalente a la reducción de penas computando tres días por cada dos a los que, por decisión de quienes ejercían el poder fueron juzgados por la justicia militar, mal llamada justicia y padecieron torturas y una cárcel terrible. El más significativo representante de esa posición fue el luego presidente Sanguinetti, aunque, como todos sabemos, lo acompañó la gran mayoría de su partido y gran parte del Partido Nacional.
Vivimos las hermosas jornadas propulsoras del referéndum con un final que no les hizo honor.
Tuvimos la emoción y la gran alegría cuando fueron liberados los presos, tuvimos la felicidad de ver recuperados a muchos niños, vimos cómo algunos de ellos, que al principio rechazaban a la familia biológica han ido acercándose a ella... pero todavía faltan etapas importantes.
Hoy, el presidente de la República ha instalado la Comisión para la Paz. A pesar de que no conforma la limitación de facultades con que actúa, consideramos de fundamental importancia que el Estado, por primera vez, asuma el reconocimiento de las desapariciones y su responsabilidad en las mismas. Pensamos que pueden ser valiosas las recomendaciones posteriores, sobre la creación de la figura de “ausencia por desaparición forzada”, como se ha hecho en Argentina, sobre la inclusión en nuestro Código Penal del delito de desaparición forzada.
Luego veremos cómo continuar el camino. Tenemos esperanzas de que se abra paso la Justicia, a la que tenemos derecho, como está ocurriendo en otros países, y algunos de nosotros, que tenemos doble nacionalidad, hemos iniciado juicios en el exterior.
De nuestro hijo pasamos años sin ninguna noticia. En 1984, 12 años después de la desaparición, nos llegó el testimonio prestado ante escribano y gestionado por vía consular de un ex preso radicado en el exterior. El declarante dice que fue detenido junto con él en un operativo realizado en un café de Buenos Aires comandado por el oficial uruguayo José Gavazzo y que de allí fueron llevados a la cárcel clandestina “Automotores Orletti”.
También recibimos la declaración escrita de dos amigos de nuestro hijo, ambos ex presos, a los que el oficial Cordero habló de él y les dijo que había quedado en Buenos Aires y que su destino era la muerte.
No teníamos ya ninguna ilusión sobre su vida. Sin embargo fue nuevo y terrible el dolor que nos dejó esa helada confesión del asesinato impune.

Luz Ibarburu
Memoria para armar

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