27/7/08

Manuel Liberoff


Desaparecido el 19/5/76, tenía 55 años.


Manuel Liberoff nació en Entre Ríos pero tenía nacionalidad uruguaya. Era médico y militaba en el Sindicato Médico del Uruguay y en el partido comunista. Fue perseguido por las autoridades de ese país, en el ‘73 un escuadrón paramilitar le puso una bomba a su casa y posteriormente fue expulsado del Uruguay 1973 "por no adecuarse su conducta a las exigencias constitucionales y legales". Su expulsión había sido denunciada al Comité Interamericano de Derechos Humanos quien estaba tratando la cuestión.

Vivía en Buenos Aires y fue secuestrado de su departamento de la avenida San Martín 2610 a las 2:30 de la mañana del 19 de mayo de 1976. Ese mismo día los Zelmar Michelini, Héctor Gutiérrez Ruiz, Rosario Barredo y William Whitelaw habían sido secuestrados y asesinados. Su desaparición fue parte del Plan Cóndor. Un grupo armado consistente de 25 argentinos y uruguayos del Grupo Operativo OT 18 (Operaciones Tácticas), de Argentina, en el que operaban los efectivos del Servicio de Inteligencia de Defensa (SID), de Uruguay derribaron la puerta de su domicilio, golpearon y amenazaron a la esposa y a sus dos hijas de 15 y 17 años, y se lo llevaron. Luego robaron objetos y documentos de la familia. Liberoff convalecía de una operación de un cáncer intestinal.

Fue visto en el Centro Clandestino de Detención (CCD) Automotoras Orletti, a donde la mayoría de las víctimas uruguayas del Plan Cóndor fueron llevadas. Allí curaba a los compañeros luego de ser torturados. Los otros uruguayos desaparecidos con él fueron encontrados torturados y muertos, pero su cadaver nunca apareció.

Su desaparición es investigada por la justicia en Argentina y Uruguay.




EL DOCTOR LIBEROFF
Nací y crecí en un barrio humilde de los que hoy son llamados "periféricos" de Montevideo. El Uruguay industrial de las décadas del 40 y 50 les daba trabajo a nuestros padres, tíos y abuelos en las cercanas textiles y fábricas de ladrillos "de prensa" y también hornos de campo. La "espina dorsal" que aglutinaba varios barrios desde la Unión hasta el Paso Carrasco, en el límite con Canelones, era el Camino Carrasco. A su vera convergían en sus zonas más pobladas, almacenes, bares, panaderías, alguna tienda y ya sobre el límite departamental, varias "quintas", donde el Montevideo rural todavía tenía vigencia. La esquina de Arrayán y Camino Carrasco era el centro neurálgico de ese barrio llamado "Fortuna","Ideal" y hoy "Malvín Norte", aunque en muchos títulos de los viejos propietarios de inmuebles, dice "Barrio Juan María Pérez" viejo poseedor de las tierras de lo que fue el Balneario Carrasco, más allá de los Portones ubicados en Av. Bolivia y la hoy denominada Juan B. Alberdi. Había dos bares con almacén, carnicería, una herrería y además, desde 1945 y hasta 1957, el Danubio Fútbol Club tuvo su único campo de juego: el Parque "Hugo Forno".

El único médico que había en el barrio y en seis kilómetros a la redonda, era un señor de apellido Servetti, al que recurríamos invariablemente todos los vecinos. Un hombre parco, poco sociable y nada amable según mi recuerdo. Hasta que en los primeros años de la década del 50, llegó Manuel Liberoff. Vivió en primera instancia en la casa que había sido de un viejo vecino de apellido Pesce, en Camino Carrasco entre Cambay, (continuación de la mencionada Arrayán, hoy Dr. Alejandro Gallinal) y la vieja Oficial 2°, (Hoy Luis Prando).

Yo vivía en una calle de tierra paralela al Camino Carrasco cuatro cuadras al norte llamada Aviadores, hoy Núñez de Arce. Como toda calle sin pavimentar, era medianamente transitable cuando estaba seco, pero cuando llovía era un lodazal que se hacía más difícil de transitar por las huellas dejadas por carros y caballos que era el medio más utilizado por los quinteros de la zona y por lo hornos de ladrillos de campo de los cuales había dos en esa calle.

Mi primer encuentro con el Dr. Liberoff fue justamente como consecuencia de un caso de enfermedad en la familia. Una noche de invierno, el menor de mis hermanos tenía una hemorragia nasal, situación que se estaba haciendo repetida. Ante la persistencia de la hemorragia, mis padres me mandan en busca del Dr. Liberoff. Yo era el mayor de los cuatro hermanos y por lo tanto el indicado siempre para estas clase de situaciones. Yo tendría once o doce años. Había llovido y la calle donde vivíamos estaba como siempre en estos casos: intransitable. Si a ello se agrega la oscuridad impresionante donde la silueta de una persona se percibía a tres o cuatro metros, tenemos la pauta de lo difícil no solamente de divisar a alguien, sino de ubicar un domicilio desconocido. A las once de la noche, mientras mi madre taponeaba con algodón en forma permanente la nariz de mi hermano, el Dr., Liberoff no había llegado. Fue por eso que me envía nuevamente en su búsqueda. Salgo a la calle y cuando camino unos 100 metros me cruzo con una figura alta, erguida, con un portafolios en su mano derecha. Era fácil percibir que, aunque no le conocía, era el médico. Todos los vecinos eran siluetas familiares, aún en la oscuridad, esta no. Entonces le pregunto...¿Señor usted es el doctor?. Sí, me responde. Es para mi casa y hacia ella fuimos. Liberoff calzaba una botas largas hasta casi las rodillas, no tenía auto eso explicaba su demora. Visitaba sus pacientes a pie y se trasladaba grandes distancias entre los domicilios de uno y otro enfermo. Desde ese día fue el médico de la familia, mis abuelos, tíos, padres y hermanos fuimos sus pacientes durante sus casi veinte años de permanencia en el barrio.

Tengo algunas anécdotas que son imborrables. Algún tiempo después de radicarse en la zona, Liberoff compró un viejo auto, modelo 35 o 36, creo que era un BUICK. Su aprendizaje como chofer fue tortuoso. En los primeros tiempos pasaba por la esquina del bar y era raro que no pegara cordonazos con el auto, lo que hacía que quienes estábamos en la puerta o en la vereda entráramos corriendo al bar. Teníamos un vecino que era feriante cuyo apellido era Paciello. Tenía él un carro de cuatro ruedas en el que trasladaba su mercadería y un hermoso y bien cuidado caballo: el "Moro". El problema que tenía cuando llovía era que su carro, cargado, se empantanaba en la calle de barro y no podía llegar a su casa. Por ello optó por dejar el carro cargado en una calle hormigonada y en las madrugadas traía el caballo ensillado y lo prendía sin problemas. Eran los tiempos en que nadie se llevaba nada y el carro permanecía toda la noche cargado con las frutas y verduras sin problema alguno. Una madrugada el Dr. Liberoff es requerido de apuro en las cercanías del lugar donde estaba estacionado el carro cargado. Alumbrado público en esa zona, ni soñar. Liberoff embistió al carro estacionado de atrás y no quedó en el carro ni un zapallo. Por suerte para él, salió ileso y el Buick como si no hubiera pasado nada, era de hierro. Allá por 1963, al llegar Carnaval, Liberoff nos invita a levantar un Tablado y nos dice que hay que darle una alegría al barrio, que demasiado sufre la gente y por lo menos, por un mes, podemos ayudar a que muchos que no tienen medios para divertirse, tengan un entretenimiento. Puedo afirmar que esa vez vi trabajar de verdad a quienes nunca había visto hacer nada. Liberoff había ido una tardecita a los dos bares de la esquina de Camino Carrasco y Arrayán y nos había reunido a todos los que hacíamos del bar una cita obligada. Allí encontró carpinteros, soldadores, electricistas y hasta quienes fuimos a "mangar" a las firmas del barrio para levantar el "tinglado". Las grandes firmas nos vendieron a "precio de costo" refrescos, cervezas, chacinados y el carnaval empezó. Nunca se había visto tanta gente en un espectáculo barrial. Se llevaban 8 o 10 conjuntos por noche. Por allí pasaron Alberto Castillo, Carlos Roldán, Luis Alberto Fleitas. Alfredo Barbieri y los inolvidables "Demonios da Garoa", los que hicieron famosa a "Iracema" y con ellos hasta cantamos juntos en el tablado. Por esos años ya se había mudado con su familia a la casa que está en la otra cuadra de la anterior, casi Murillo. Nos reuníamos en el garaje de su casa a planificar lo del tablado. Nanín (Benjamín), su hijo, tendría unos diez años allá por el 63. Otra de las cosas que recuerdo es que compraba "El Plata" diario del nacionalismo independiente. Un día le pregunté porque compraba un diario que no compartía su forma de pensar y me dijo: "Siempre tenés que saber como piensan los contrarios". Por aquellos años yo no compartía sus ideales políticos y tuvimos más de una discusión, amigable pero dura. Me decía: "Porqué tu novia tiene que ser empleada doméstica eternamente. Porqué la explotan, no ves que los pobres tienen olor a grasa porque para los poderosos son una herramienta para la cocina". Fue un gran tipo, solidario, nunca le preguntó a nadie si tenía plata. Allá por el 62, mi padre tuvo una subida de presión arterial y se desvaneció. Con mi madre nos aterramos. Afuera un temporal de agua y viento parecía que se llevaba todo. Me puse un saco sobre la piel y pedaleé con todas mis fuerzas el kilómetro que nos separaba de la cada de Liberoff. Eran las tres de la mañana. Golpeé varias veces, me abrió la puerta y me dice "que te pasa". "Mi padre se muere", contesté. "Tirá ahí la bicicleta en el living". Se puso una gabardina sobre el pijama, agarró la valija y me dijo "vamos". Ya tenía un Studebaker ocre y verde. Llegó a mi casa y estuvo casi cinco horas junto a mi padre. Lo salvó y estas cosas no se olvidan nunca. Luego me subió de vuelta al auto, pasó a ver un paciente y me llevó a la farmacia. Me preguntó si tenía dinero, le dije que sí. "si no tenés, decime".

Una vez me contó que para pagarse los estudios hasta vendió tortas fritas en un puerto del litoral uruguayo. Para él, para aquel médico que calzaba botas de goma y se hundía en el barro como nosotros, la pobreza no era ajena. Cuando el dictador Bordaberry firmó un decreto de expulsión que la policía uruguaya materializó el 1° de noviembre de 1973 en un vuelo de la empresa Austral a las 21,35 de ese día, estaba indirectamente asesinando a Manuel Liberoff.

Al llegar otro 20 de mayo, el mejor de nuestros recuerdos para el amigo, el vecino, el médico bueno, pero por sobre todo, para un excepcional ser humano que fue Manuel Liberoff.

José Luis Sampayo Pírez

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