17/6/08

Fuga “Las tres”

31 de agosto del 73, en el Batallón de Infantería N° 1, quilómetro 14, en un barracón al que llaman Enfermería, cerca de treinta compañeras nos arreglábamos para ir a la visita con nuestros familiares en Jefatura.

Hacía poco tiempo que yo había llegado de Artillería 1; recuerdo aquel día, quedé paralizada por tantos abrazos y saludos de las compañeras. De pronto me sorprendió que me recibiera una monja vestida de hábito; me acordé en seguida de Cabildo y pensé en una celadora. La traté con cierta distancia, pero ella continuaba acercándose amablemente.

¡Al fin vi una cara conocida!, luego comienzo a reconocer más caras y hasta me encuentro con una compañera de la escuela España.

Mi imaginación había volado demasiado, esa monja de hábito era una presa política, una más de nosotras: la monja Marta. Hoy tiene 72 años y sigue ayudando a todo aquel que lo necesite.
Y es con ella con la que estoy hoy sentada en el living de mi casa tratando de rememorar más detalladamente algo que vivimos juntas dos meses después del golpe de Estado.
Fue un hecho feliz y pensamos que todavía no ha sido registrado como una fuga; pero fue eso, sin embargo, apodada por nosotras, “la caída” en aquel momento, y hoy día “la fuga de las tres”.

Como cualquier día de visita típico nos preguntábamos qué ropa ponernos, con el propósito de que nuestros familiares tuvieran una agradable impresión de nosotras; el arreglo sólo consistía en ponernos alguna polera colorida, porque hacía poco nos habían dado los uniformes: un pantalón y una camisa gris con el nombre de cada una inscrito en una cartulina a un costado.

Entonces Anahí me pregunta: “Tikis, ¿te vas a poner pantalón debajo del uniforme?”. “Tal vez sí” –le contesto.

Las visitas usualmente se realizaban en Jefatura. Quedé pensando en la visita anterior, lo emocionante que fue encontrarnos con las compañeras “rehenes”. Fue la primera vez que compartimos una visita con ellas, y no sabíamos si la última. Hacía poco las habían sacado del penal de Punta de Rieles, a rotar por los cuarteles, al igual que a los compañeros.

¡Qué encuentro!, ¡cuánta emoción! Flavia, la negra Albita, Yessie, Raquel, entre otras.
Teníamos la esperanza de encontrarlas de nuevo; sucedió así pero de otro modo. Esta vez no estaban distribuidas en los dos carromatos en los que solíamos ir, estaban todas juntas en un camión.

Nos hacen formar vendadas, parte de la fila entra a ese camión, el resto subimos al “carromato” o “ropero”. Al sacarnos la venda vemos que ahí adentro hay unas llantas de camión; en ellas se sentaron Gladys “la Dubija”, Anahí, Elsa, Gladys o “Penélope” y la monja Marta.
Es importante aclarar que hasta ese día no habíamos tenido guardia dentro del transporte en que nos llevaban.

Las más jóvenes estábamos paradas tratando de abrir un poco las ventanas, que se abrían apenas oblicuamente.
Mientras viajábamos hablábamos de lo bueno que había estado al mediodía, en el almuerzo, nuestro “boliche El Resorte”; todos los días lo parodiábamos representando cada uno de los personajes del boliche. El humor nos acompañaba siempre. También en las tardes solíamos bailar al ritmo de “Alta presión”, (lo que vendría a ser “Alta tensión”, el programa musical de aquella época); las guitarras de “la Bayana” Graciela y Ana acompasaban las distintas coreografías.

En ese clima de distensión que siempre supimos tener, la Dubija nos dice: “Gurisas, esta tarde les hago tortas fritas a todas porque hoy nos vamos en libertad”. Fue una frase premonitoria.
De tanto sacar la cabeza por la ventana una compañera dice: “¡Chiquilinas, no tenemos custodia!”. Efectivamente, adelante iba el camión, y la custodia que debía ir atrás había tenido un choque, cosa de la que nos enteramos después.

¡Sorpresa, asombro!, pero en seguida nos miramos y nos decíamos: “Chiquilinas, ¿qué hacemos?”. En ese instante había que decidirse. Nuestras cabezas giraban a mil y más que nunca aparecía el pensamiento: es la libertad, o tal vez la muerte...
Sabíamos lo difícil que estaba la situación afuera; ¿dónde refugiarse?, ¿dónde encontrar a algún conocido?, ¿y si algún jeep del Ejército se cruza justo en el momento de fugarse? y otras cosas por el estilo.

En seguida dijimos: “Gurisas, ustedes, las peso pesado, las que habían sido penadas por más años, con ‘atentado’ de 10 a 30 años, ustedes tienen que aprovechar”.
A los pesos “pluma”, como nos decíamos nosotras, no se nos ocurrió hacerlo pues todavía estaba en nuestro imaginario que podíamos ser procesadas por poco tiempo. Tal vez actuó en nosotras algún mecanismo de defensa, el miedo, la sorpresa o cierto grado de incertidumbre, que determinó nuestra permanencia en el carromato.

Rosita sí que la tenía clara; estuvo decidida desde el primer momento, siempre lo había tenido en mente como una idea fija. Un día que fuimos al juzgado juntas me dijo: “Alicia, mirá para todos lados a ver si ves alguna posibilidad de fugarnos”. Fue la primera que se tiró, luego Gladys, la Dubija; mientras algunas vigilábamos por las ventanas si no se cruzaba algún coche militar, y por último Anahí se saca la camisa y el pantalón del uniforme quedándose con la ropa que llevaba debajo y se tira. Antes me preguntó dónde me parecía que debía tirarse y le dije que el Centro era más seguro y podía encontrar algún lugar para refugiarse. La monja rezaba para que al saltar ninguna se lesionara.

Aún resuena en nuestros oídos el: “¡Chau, chiquilinas, suerte, las queremos..!”, y se nos pone la piel de gallina.

Se establece un nuevo hecho trascendente en la historia de las presas políticas, otra fuga más, pero esta vez diferente, audaz, sorpresiva, valiente y creativa, digna de nuestro género femenino.

Resulta imposible poner en palabras lo que vivimos posteriormente por la tremenda emoción que nos sacudió a cada una.

La puerta del carromato queda abierta. Querríamos tirarnos todas o casi todas, no aguantábamos más... Empezamos a golpear las puertas del carromato diciendo que se habían caído, pensando que nos podían culpar de haber colaborado en una fuga y empezamos a decirnos entre nosotras mismas: “se cayeron, se cayeron” y no salíamos de esa frase.

Cuando llegamos a Jefatura vimos a los familiares esperándonos. La puerta del carromato aún continuaba abierta.
Cuando nos encontramos con las compañeras que iban en el camión delante del carromato, nos abrazábamos y llorábamos de alegría y satisfacción.

Tuvimos la visita. Mi madre me preguntó por Anahí, pues su mamá estaba muy nerviosa. Le comenté que había saltado cerca de allí y le pedí que la acompañara y tranquilizara.
La confusión reinaba en Jefatura, se respiraba un ambiente de enojo y asombro por parte de los milicos.
Orgullo y satisfacción en nosotras y los familiares mezclado con una incertidumbre esperanzadora de que las compañeras estuvieran sanas y libres.

Fue algo asombroso, en dictadura, un puñado de mujeres presas políticas y sobre todo estas tres mujeres, en pleno 73 le pusieron el pecho a las balas y de ese carromato salieron corriendo por las calles hasta encontrar cobijo en alguna casa solidaria.

Al encontrar a las rehenes en Jefatura pensamos que podía haber sido una linda oportunidad para ellas, pero fueron “las tres” del quilómetro 14 las que pudieron lograrlo.
Cuando nos íbamos de Jefatura nos vendaron los ojos; esta vez el viaje fue en un ómnibus, no sabíamos a dónde nos llevaban; al salir sentimos un “chau” al unísono, de todos los familiares, que nos dio más fuerza aun.

El típico olor de cuartel nos recibió y a medida que bajábamos los guardias nos preguntaban: “¿Camión o carromato?”. Hicieron dos filas y a las que veníamos en el carromato nos llevan a la plaza de armas, aún vendadas nos distribuyen una lejos de la otra y comienza un plantón.
Luego de unas horas, nos ordenan hacer un simulacro de las ubicaciones que teníamos en el carromato cuando se produjo “la caída” de las compañeras. El simulacro se reitera varias veces y seguimos sosteniendo que la puerta se abrió, y las compañeras que estaban recostadas a ésta se cayeron.

Nos dejan entrar al barracón para cenar, al rato nos llaman, nos abrigamos bastante pues nos esperaba una noche de interrogatorios y plantón.
Era mucha la bronca de los milicos. Una compañera que no pudo ir a la visita nos contó cómo tiraban las pertenencias de las compañeras fugadas y en un momento llegaron a decir: “Se podían haber fugado todas”.

El entonces mayor Cedrés y el teniente Neyra realizaron los interrogatorios. Todas coincidíamos en lo mismo, “la puerta se abrió sola, tal vez quedó mal cerrada, y se cayeron las compañeras”.
Al otro día, plantón mediante, nos hacen firmar una declaración donde queda plasmado lo que acabamos de contar.
Cuando regresamos al barracón, las compañeras nos esperaban con una refrescante ensalada de frutas; y se habían dividido en grupos para hacernos masajes reparadores después de tanto plantón.
¡Qué sentimiento de unión y comunión existía en ese barracón! Nos sentimos renovadas y nos dimos cuenta que a pesar de nuestra condición de presas pudimos quebrar la aparente solidez militar y carcelaria.

Dos semanas después llegan del penal de mujeres de Punta de Rieles unas compañeras con la libertad firmada en carácter de retenidas. Una de ellas saca su guitarra y canta: “Carromato que al Centro viajaba, en el que iban todas apretadas... no volverán, te lo juro por Dios, no volverán, te lo digo llorando de alegría, no volverán”.
Y no volvieron. Nos enteramos que estaban bien. Anahí vive en Suecia aún. Gladys Moreira, “la Dubija” murió a causa de una enfermedad hace poco tiempo, en el mismo país. María Rosa Silveira Gramont vivió en Buenos Aires, continuó luchando por sus ideales, logró esquivar varias veces su detención, pero hoy la monja Marta con mucho orgullo suele llevar en la marcha de los desaparecidos la pancarta con su rostro.

A todas ellas, ¡gracias!

Nilda Echarte
Alicia Sabatel

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