28/6/08

Crónica de la caída de las Instituciones democráticas

A las cinco y veinte de la mañana del miércoles 27 de junio de 1973, el gerente Nissan Sarkissián esperaba noticias. Se sabía que a esa hora, las Fuerzas Armadas iban a anunciar la disolución del Parlamento, acusando al Cuerpo de desconocer la Constitución y a la Justicia.

Habían pasado unos minutos de esa hora cuando irrumpió en radio Montecarlo una delegación de militares uniformados. Uno de ellos enfiló hacia él directamente.

Sarkissián tenía claro desde hacía tiempo quiénes gobernaban el país. Incluso tenía noticias de que algunos militares habían desenfundado sus armas para disuadir a los periodistas de leer comunicados y cumplir sus pedidos.

Con dignidad, Sarkissián se negó a postergar la lectura de los comunicados de suspensión de clases hasta las 7 o las 8 porque era condenar a la masacre a decenas de jóvenes.

"Bueno, necesitamos música folklórica", le dijo el oficial, mientras le extendía los textos. Sarkissián le contestó que tenía unos pocos discos disponibles a esa hora de la madrugada porque la discoteca estaba cerrada.

"Tengo 'A Don José'", respondió con cierta vacilación el periodista, convencido que era una banda de sonido que no iba a servir a los efectos de los comunicados militares.

"Eso está muy bien", le dijo el militar a cargo del operativo. "Pero mire que tengo la versión de Los Olimareños", explicó Sarkissián. El soldado lo miró con aire de satisfacción y le respondió: "Tanto mejor".

Esa fría madrugada fue de sorpresa en sorpresa, no sólo para los oyentes de Radio Montecarlo. En otra parte de la ciudad, los generales Esteban Cristi, Abdón Raimúndez y Gregorio Alvarez, junto a un grupo de oficiales llegaron hasta la puerta del Senado de la calle Sierra.



En primera fila Teniente Coronel Julio Barrabino, General Esteban Cristi, General Gregorio Alvarez, Coronel Alberto Ballestrino y Teniente Coronel Hugo Arregui irrumpen en el Palacio Legislativo


Wilson Ferreira en sus últimos minutos en el Senado de la República pronunciaba un discurso contra Bordaberry y la cúpula militar que hoy es una pieza histórica


La delegación militar posa para la foto justo en momentos de tomar la Secretaría del Senado de la República


Como si fuera un símbolo de los tiempos que se estaban terminando, saludaron con sequedad al ex campeón del mundo en Maracaná, Víctor Rodríguez Andrade, empleado del Palacio.

La historia se había decidido días antes. El viernes 22 de junio, los comandantes de las Fuerzas Armadas y el generalato en pleno habían ido a ver a Bordaberry a Suárez Chico. Insistían una vez más en que los plazos se estaba agotando.

La gota que había desbordado el vaso era la imposibilidad de hacer pasar por la Justicia Militar al senador frenteamplista de origen blanco, Enrique Erro. Unos días antes, la Cámara de Diputados había sepultado la solicitud militar al vencer 49 a 48 la voluntad de no reconocer los vínculos de Erro con la guerrilla.

Esa noche el presidente y los militares acordaron dar el paso de clausurar el Parlamento e iniciar una nueva etapa en Uruguay. En principio no se fijó un regreso a la democracia, pero el comandante de la Armada Víctor González Ibargoyen reconoció dos décadas después que el plazo establecido sería 1976, año en que la Constitución fijaba fecha para las elecciones.

Sin embargo, Alvaro Pacheco Seré, el secretario de la presidencia, confió que todos los asistentes a esas reuniones sabían que la ruptura institucional sería "por un período largo".

Las reuniones se prolongaron durante el fin de semana. Bordaberry advertía a los militares: "todas las muertes que haya van a caer sobre mi cabeza".

Pero la soledad política en que se encontraba Bordaberry hizo que él mismo siguiera con los planes de clausura del Poder Legislativo, cuyo operativo sería realizado en principio el 26.

La clase política sabía que la cabeza de Erro era la primera de otras que rodarían después. Los militares irían por Amílcar Vasconcellos, Michelini y Ferreira Aldunate. Pero ahora la voz de alerta a los políticos provenía de una fuente insospechada. El dato recibido por Michelini ("andate que te la van a dar") se lo había dado el jefe del servicio de Inteligencia de Defensa, coronel Ramón Trabal, considerado autor intelectual de los comunicados "progresistas" de febrero y un personaje cuyo asesinato en París es uno de los puntos más oscuros de la dictadura militar.

Erro había ido a Buenos Aires el 20 de junio para presenciar la llegada de Perón a la Argentina. Y Michelini viajó hacia allá en la noche del 26 a última hora para convencer a Erro que no volviera al país.

Justo cuando Erro estaba registrándose para subir al avión, el senador Michelini logró que su colega no se embarcara hacia Montevideo. Ambos permanecieron en Buenos Aires.


EL SI DIFICIL
El 26 de junio Bordaberry redactó los decretos de disolución de las cámaras. Recibieron el visto bueno de los abogados Aparicio Méndez, Hamlet Reyes, Martín Etchegoyen, Emilio Siemmens Amaro, Héctor Barbé y Jorge Peirano Facio.

El canciller Juan Carlos Blanco fue hasta la Casa de Gobierno y "retocó" algunos aspectos de las resoluciones. Después, Blanco y Pacheco Seré llegaron a la residencia presidencial pasadas las 15.30, hora en que el presidente Bordaberry pensaba imponer de la decisión a sus ministros.

Pero al primer mandatario las cosas no le salieron como esperaba. Buscaba la firma de todos los secretarios de Estado y se encontró con cuatro renuncias. Y para más sorpresa los tres ministros "etchegoyenistas" Benito Medero (Agricultura), Francisco Ubillos (Transporte) y Carlos Abdala (Trabajo) no estaban dispuestos a firmar el documento por más que decían apoyar la medida.

Sobre las 20 horas del martes 26 los ministros dispuestos a renunciar se reunieron en la casa del ministro de Salud, José María Robaina Ansó, en Punta Carretas.

Allí estaban Pablo Purriel (Educación), Angel Servetti (Obras Públicas) y Jorge Presno (Industria). Los acompañaban el director de la Oficina de Planeamiento Ricardo Zerbino y Alberto Bensión, subdirector de ese organismo. También se encontraba el periodista deportivo Jorge da Silveira, por entonces director nacional de Vivienda.

Otros jerarcas tomaron caminos alternativos. Con la Rendición de Cuentas en las espaldas, el ministro de Economía Moisés Cohen salió como todos los días de su despacho y prefirió ir a su casa, lejos de la efervescencia que se vivía en Suárez. A la medianoche, Bordaberry lo llamó a su casa y le dijo que el Golpe de Estado era inminente. "Yo lo apoyo, señor presidente, pero cuando pueda sáqueme del ministerio", le dijo Cohen.

A las 23.45, Bordaberry dictó un decreto prohibiendo atribuir "propósitos dictatoriales" al Poder Ejecutivo. Pasadas la 1.40 de la madrugada terminó la deliberación en el Senado que había comenzado dos minutos antes de la medianoche.

Los dieciséis senadores presentes habían realizado encendidos alegatos en favor de la democracia. Todos sabían que poco después había que desalojar el Parlamento. En conocimiento de ello, el presidente dio la orden de comenzar el operativo de rodeo del Parlamento.

La cúpula militar también había seguido por radio la última sesión del Senado. El Coronel Luis Queirolo sabía que era el momento. Estaba al frente de la columna de tanques M-113 situada en Agraciada, a la altura de la embajada argentina, desde donde comenzó la lenta marcha hacia el Palacio Legislativo.

Aquella demostración de fuerza terminó siendo un "plan de diversión", según los propios militares. A esa hora no había un solo montevideano resistiendo la fría madrugada. Había comenzado la huelga general del Uruguay.

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