16/8/08

Un tal Julio Gallego - Abel Soria

Divertido y andariego,
alegre y caminador;
buen mozo, buen payador,
ahorrativo y mujeriego.
Se puso “Julio Gallego”
porque en su afán de renombre
ahorraba más tinta el hombre
con ese breve sudónimo
que firmando “Autor Anónimo”
o escribiendo el propio nombre.

Tenía un ojo comprao hecho
distinto al ojo nacido:
el derecho era torcido
pero el zurdo era derecho.
Fue campeón -en cualquier trecho-
de bochas y cacería;
y en cualquier categoría
(igual que todos las tuertos)
con los dos ojos abiertos
tomaba la puntería.

¿Dicen que el amor es ciego?
Pa él era tuerto el amor!
¿Y enamorado perdedor
dicen que gana en el juego?
Sin excepción, desde luego,
no existe regla ninguna...
Con una triple fortuna
contaba Julio Gallego:
Rico, suertudo en el juego
y al amor no erraba una.

Cuando hacía una actuación
constaba su repertorio
de cien cuentos de velorio
pero una sola canción.
Y en cada improvisación
de esas que nunca se acaban,
las coplas que le brotaban
no sé qué embrujo tenían
que las viejas se reían
y las jóvenes lloraban.

Una vez sintió dolores
y un gran catarro en el pecho
por querer sacar provecho
de trasnochadas y amores.
Pensaba: -Ya no hay dotores
que me libren de “la Galga”;
de darme chuza en la nalga
la tengo como un cedazo.
Ya no me cabe un pinchazo
ni hay comprimido que valga.

Mañana, si no me muero
de este catarro pestoso,
me entrego al aparatoso
santiguao de un curandero.
Frente a una cruz, soy sendero
que en Fe y Duda me bifurco;
pero dicen que hay un turco
que pa estas cosas no es manco
porque siempre “da en el blanco”
y cuando erra “deja el surco”.

Luciendo su mejor pinta
llegó al consultorio brujo
donde no encontró más lujo
que una carpeta retinta.
Descolgó el turco una cinta
llena de mugre y misterio
y julepiándose en serio
calculó Julio enseguida:
-Me irá tomar la medida
pa llevarme al Cementerio.

Sobre una camilla blanda
tendió un lienzo el matasano
diciendo: -Acostar, baisano,
desnudo, como Dios manda!
Y al quitarse la bufanda,
-los guantes y el sobretodo,
pensó Julio: -De qué modo
se ensaña el cielo conmigo:
Gasté un platal en abrigo
y Dios me hace sacar todo!

Con solemne parsimonia
el turco prendió dos luces
y entre ademanes y cruces
comenzó la ceremonia:
Lo roció de agua colonia,
lo puso mirando al techo,
le dio friegas en el pecho,
le rezó el Ave María
y el enfermo se sentía
completamente deshecho.

Con un dedo, suavemente,
le abrió un ojo: miró adentro
y le dijo: Ya te encuentro
mejorando felizmente.
Fue entonces cuando el paciente
con rabia y con ironía
preguntó: -¿qué brujería
tiene el rezao que me hizo,
que hasta en el ojo postizo
se nota la mejoría?

Después por no protestar
igual pagó la consulta
como quien paga una multa
sin tenerla que pagar.
Y aunque al fin volvió a cantar
y a chapaliar mucho barro,
desde que dejó el cigarro
las faldas y la bebida,
en toda su perra vida
ni se acordó del catarro...!

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