6/8/08

Los condenados a muerte más vivos del mundo

Un preso, condenado a muerte, que ha enloquecido por las torturas (habla solo, golpea los muros) es de pronto alcanzado por una amnistía. En el hospital de la cárcel es visitado por una amiga, compañera de sus años de lucha, la que -cuenta Eduardo Galeano- le obsequia una manzana.

El condenado mira el fruto, aquel planeta rojo, lo contempla, y lo corta luego en trozos que va entregando, uno por uno, cama por cama, a sus compañeros de sala. La muchacha amiga narra el hecho a quienes le preguntan por el compañero, y sentencia: “Luis está loco, loco, pero sigue siendo Luis”.

Hay compañeros así. Fernando Rodríguez fue un testimonio más de los militantes de izquierda en los “años de plomo”. Camaradas que permanecen siempre -genio y figura- fieles a sí mismos, a los que la arbitrariedad templa su firmeza.

En una oportunidad fui citado como testigo de conducta por el juez que analizaba el caso de Fernando, compañero que había sido militante socialista. Preso durante largo tiempo de acuerdo a un arbitrario decreto de medidas de seguridad, sólo podía ser liberado si optaba por ser enviado al exterior. Necesitaba, entre otros requisitos, testigos de conducta. Yo fui uno. En su defensa, conté varios hechos. Recuerdo uno: a raíz de un conflicto sindical en Conaprole, distribuidora de productos lácteos, Montevideo había quedado desabastecida. Una vecina, madre de dos niños pequeños, estaba preocupada: ¿cómo obtener ese alimento?

Fernando se enteró y decidió entregar la compra que diariamente le vendía Conaprole (que durante el conflicto abastecía sólo a clientes permanentes probadamente necesitados) y destinó esa leche para los niños. Fernando, que había superado una tuberculosis pulmonar, tenía úlcera y necesitaba la leche como alimento fundamental. Pero habría dejado de ser Fernando si no hubiera priorizado la solidaridad.

Cuando a los militantes, en toda América Latina, se les planteó la opción: “Sí o no a la lucha armada”, y en las organizaciones políticas de izquierda se discutía cuál sería el camino mejor, Fernando informó al Partido, lealmente, que había optado por el Movimiento de Liberación Nacional (MLN-Tupamaros) al que había resuelto adherir.

Tiempo después cayó preso. Cuando nos enteramos que había sido sometido a torturas, temimos por su vida. Se le mantenía estrictamente incomunicado. Y no se tuvieron noticias suyas hasta que un día apareció su fotografía en los diarios, tomada en el momento en que era trasladado de la Jefatura de Policía de Montevideo hacia el Penal de Punta Carretas. Se le veía más delgado. Y aunque esposado y conducido por policías, esbozaba una sonrisa y había conseguido levantar los brazos ante los fotógrafos de prensa y, con dos dedos, trasmitir su mensaje en un gesto: la V de la victoria.


Guillermo Chifflet
30 de junio de 2008

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