5/6/08

IBERO GUTIERREZ IV

DETRÁS del ESCUADRON


El último día del pasado mes de julio, una pareja vió el cuerpo de un hombre que yacía entre las rocas cercanas al parador Kibón, en Pocitos. El hombre muerto se llamaba Manuel Ramos Filippini; tenía los brazos quebrados y más de una docena de balazos en el cuerpo y la cabeza. Llevados y traídos por el viento unos volantes dejados allí por los asesinos proclamaban la autoría de la “hazaña”.
Decían, simplemente: “Comando Caza – Tupamaros Oscar Burgueño”.
La madrugada anterior cuatro personas habían ido a buscar a la víctima en su domicilio; dijeron que eran policías y se lo llevaron. Ramos Filippini, procesado un año atrás por “asistencia a la asociación para delinquir”, no olvidó quizás que las garantías constitucionales proclaman que el hogar es un sagrado inviolable, que no puede ser allanado de noche, ni siquiera con orden judicial. Debe de haber pensado, lo mismo que la mayoría de los uruguayos, que hace buen rato que en este país las páginas de la Constitución son poco más que papeles olvidados.

Un descubrimiento: Uruguay está en América Latina
Hasta no hace mucho tiempo las noticias sobre la MANO de Guatemala, el Escuadrón de la Muerte de Brasil, los secuestros de militantes en Argentina o los abiertos malones policiales en otros países de América, eran para nosotros solamente lejanas noticias de un continente oscuro, ensangrentado por dictaduras feroces.
No porque aquí la vida fuera idílica. Ya había comenzado la lucha radical contra la oligarquía y sus raíces de injusticia, y la represión desatada contra todos los sectores populares no se manejaba con guante blanco. El pueblo ya tenía sus perseguidos, sus torturados y sus muertos. Pero en ese enfrentamiento subyacían ciertas normas implícitas: todavía las caras de cada quien eran visibles.
La contienda se desarrollaba en más de un plano. Había en primer lugar un enfrentamiento entre los trabajadores a quienes se les había congelado sus ingresos y patrones satisfechos porque, en cambio, lo que se les había congelado eran sus egresos. Esta oligarquía mandaba reprimir todo reclamo desde sus sillones en los directorios o desde sus butacas en los ministerios. Trabajadores estatales en conflicto (bancarios, de Ancap, de UTE) fueron militarizados, ultrajados, suspendidos o destituídos. Había también una movilización estudiantil, en combate tanto contra una Interventora que para ordenar instaló el caos, como en acciones solidarias con gremios en huelga. A su frente estaban las brigadas de choque y las chanchitas, las balas y los gases. La muerte de cuatro estudiantes son jalones luctuosos de esas batallas, a las que últimamente se han incorporado los asociados lícitos para delinquir: los miembros de la JUP, que atropellan a mano armada a jóvenes liceales, su retaguardia cubierta por distraídos patrulleros y verosimilmente instruídos e impulsados por los centros del poder. Un inventario de sus desmanes ocuparía demasiado espacio y seguramente sería incompleto.
En este año de elecciones el enfrentamiento se procesa asimismo en el plano político –partidario. Los locales del Frente Amplio y de los partidos que lo integran son baleados e incendiados, los pegatineros son detenidos, los brigadistas son severamente interrogados; algunos de ellos han sido confinados en cuarteles. En este campo también se siente la amenaza de un pueblo que se organiza para competir en el campo y con las reglas de juego del propio sistema.
Por último, se desarrolla una lucha de características distintas de las anteriores: la oposición entre la insurgencia armada y el régimen en su conjunto. Aquí la contienda llega a su clímax de violencia, porque en ella el sistema ve comprometida su existencia misma y lanza sus guardianes a defenderlo con severas consignas de represión. Policías y tupamaros han caído para siempre en el campo asfaltado de batalla. La defensa del sistema ha pretextado la implantación de rigurosas medidas de seguridad e incluso ha derivado, indirectamente, en un conflicto de poderes, al punto de que en estos momentos el Parlamento lleva adelante un juicio político al presidente de la República por haber desconocido el levantamiento de las medidas que decretó la Asamblea General. “Enfrentamos a un poderoso ejército clandestino”, adujo como explicación el ministro del Interior brigadier Sena, un hombre duro, fanático de la autoridad, convencido de que su rígida concepción del orden es la mejor manera de encauzar las relaciones sociales.
Con todos los excesos que el desarrollo de todas esas contiendas trajo consigo, había en ellas sin embargo una cuota de claridad en su planteo: los enemigos se conocían por su nombre. Ahora la tortura y la muerte alevosa de Ramos Filippini nos ha instalado de golpe en aquel continente bárbaro a cuyas espaldas crecimos: el Escuadrón de la Muerte ha adoptado la ciudadanía uruguaya. Pero esta vez el fascismo ha llegado demasiado tarde.

Las marionetas y sus hilos
Salvo espaciados períodos en que los intereses populares estuvieron sino representados, por lo menos contemplados por los gobernantes, el Uruguay vivió siempre institucional y políticamente enajenado. Los hombres de gobierno fueron, alternativamente, capitanes de industria, terratenientes y banqueros, o fieles representantes de la clase dirigente. Los políticos ejercieron con eficacia su papel de delegados del poder económico y sus servicios fueron largamente recompensados. En los últimos años, coincidiendo con un período en que a la desaparición de caudillos populares sucedió la emergencia de una promoción de oscuros oficiantes, la oligarquía desplazó a sus mandatarios y se sentó en los puestos de comando.
Con una crisis estructural que hace crujir su andamiaje, con una dependencia externa que deja márgenes de maniobra cada vez más reducidos, el Uruguay no puede ya ser más lo que era. Mientras el deterioro económico se agudiza, irrumpe un hecho nuevo: los sectores populares, los más castigados por la crisis, adquieren una conciencia política firme y comprometida. A la oligarquía gobernante se le plantea un dramático problema: ¿cómo subsistir, cómo sobrevivir en la misma condición de siempre? La respuesta es fría y objetiva; la misma que se dieron a sí mismos los capitalistas arruinados de la Alemania de los años treinta. El equipo que ejerce el dominio económico y político debe nazificar el país para que la rosca pueda seguir exprimiendo. La furiosa arremetida contra los movimientos populares no refleja sólo el odio visceral del opresor hacia el oprimido ni la mera concupiscencia del poder; representa la elección del único medio posible para que la clase dominante continúe instalada en las claves del mando.
No a otra cosa responde la “violencia de arriba”. Las élites comerciales e industriales, los grandes banqueros como Peirano o Ferrés, los latifundistas como Martinicorena, Gallinal o Touron, no pueden tolerar siquiera un horizonte cargado de amenazas. Mucho menos un contorno presente de seguras agresiones a su predominio hasta ahora incuestionable e incuestionado. La consigna, sostienen, es “mantener el orden”.
En realidad no existe un orden a mantener; existe un “Nuevo Orden” a instaurar. A su establecimiento concurren la convulsión permanente en las calles y en los centros de enseñanza, los allanamientos indiscriminados, los atentados a clubes políticos, la censura de prensa, la represión sindical y, ahora, los escuadrones de la muerte.
Pero el proceso de los mecanismos de la reacción fue más lento que el despertar de los desposeídos. Ya es tarde para ellos y los caminos históricos que transitamos son irreversibles. No obstante, sus instrumentos siguen actuando.

Los instrumentos del poder
Las fuerzas policiales –nos referimos, claro está, a los cuadros menores de ese cuerpo- aún no han tomado clara conciencia de su carácter de instrumento del nuevo orden. Actúan con cierta impunidad, por lo menos en el plano de las responsabilidades penales. La prensa ha destacado, sin embargo, algunos hechos significativos. En ciertos procedimientos exitosos de la policía contra la organización armada, se ha descubierto que ésta posee un registro minucioso de los efectivos de aquélla. Todo hace suponer –y cruentas acciones de represalia lo confirman- que, a través de su fichaje, la impunidad a que hacíamos referencia, válida en el orden judicial, no opera con igual eficacia en el terreno de los hechos.
Esa relativa invulnerabilidad se asienta además en otro poderoso instrumento del sistema, tan dependiente de los grupos de poder como el jerárquicamente subordinado que es el instituto policial. Los medios de difusión masiva económicamente poderosos –voceros de hombres con pocos votos y muchos millones- aceptan gustosamente la censura y las limitaciones impuestas por el gobierno a su deber de informar, pero sobre todo acuden a la mentira desembozada, ocultando o deformando los hechos al gusto de sus mandantes. Los casos más clamorosos de esa retorcida manera de encarar la información son bastante recientes. Elegimos dos, elocuentes por su particular dramatismo.
Cuando el militante anarquista Héber Nieto cayó abatido por la bala de un francotirador apostado en la terraza de la Caja de Jubilaciones, la prensa “seria” divulgó con especial destaque el informe que de inmediato elaboró la D.I.I., que atribuía claramente la autoría del crimen a los propios compañeros del pequeño obrero-estudiante. El informe del médico forense, que demostró lo absurdo de aquella presunción, no mereció ciertamente ni los titulares ni los análisis que el documento merecía. El caso del agente Kazlauskas, aparentemente asesinado en medio de un turbio episodio que no hay por qué seguir divulgando, fue presentado de inmediato como una venganza de los "tupamaros"; la misma policía, que ha inaugurado un sistema de información subjetiva y comentada, echó a rodar la bola de nieve con el impulso solidario de periodistas complacientes.
Los ejemplos podrían ser más numerosos, pero ya la desinformación grosera es pan de cada día para el lector. Lo malo estriba en que lo es tanto para el prevenido como para el dsprevenido. La prensa grande, como la televisión enajenada y enajenante, como muchas radiodifusoras, son también engranajes del régimen, y al régimen apuntalan pues sólo con él pueden sobrevivir como empresas del engaño cotidiano. Más sutil que la represión en sus procedimientos, los medios de difusión masiva constituyen otro instrumento –insidioso, penetrante, persuasivo- de perpetuación de las estructuras de un sistema corroído y condenado.

Una función a dignificar
Por su parte, la imagen de la policía uruguaya se ha deteriorado vertiginosamente. El pueblo no la siente como su aliada o su defensora, porque -con excepciones que sería injusto ignorar- la policía ha perdido la confianza de ese pueblo cuya seguridad le compete custodiar. El más inocente de los ciudadanos siente aprensión ante las chanchitas erizadas de fusiles. La gente ya no habla en voz alta; se teme al vecino del ómnibus, que tras su ingenua apariencia de lector de un diario puede ocultar a un “tira”; en el estadio no conviene criticar al gobierno porque cualquier “hincha” puede ser un agente de investigaciones; los pasillos de la Jefatura hierven de funcionarios vestidos de civil, y allí tropiezan como hormigas la “estudiante” de minifalda con el “vecino” que habitualmente va a tomar un copetín al café del barrio. La oligarquía, asustada, fomenta la delación y se rodea de guardias pretorianas. Pero esos guardias, a su vez, también se asustan. El miedo que provocan es la proyección de su propio miedo.
Son gentes de carne y hueso, como usted y como yo. Sufren nuestras mismas o peores carencias. Por un sueldo de hambre deben acatar las órdenes de alguien a quien no conocen y cuyos intereses ignoran. Si protestan por el atraso en el pago de sus asignaciones, se acude a su “espíritu patriótico”. Han elegido un trabajo sin prestigio, impulsados por la desocupación y la miseria. Sólo cuando uno de ellos cae en esa guerra implacable la prensa recuerda su pobreza y el desamparo de sus hijos, el señor presidente concurre a su velorio y ante su cuerpo sin vida se dicen discursos compungidos.
La institución policial debe recuperar su prestigio. No es actuando contra los humildes, no es protegiendo a la JUP como habrá de recuperar el cuerpo la dignidad y el respeto que deben serles implícitos. No es llevando presos a pegatineros del Frente Amplio, que son sus iguales en la pobreza y que luchan por un mundo mejor también para los agentes policiales, como servirán la causa del pueblo de donde provienen y ante el cual, tarde o temprano, todos deberemos rendir cuenta de nuestros actos o de nuestras omisiones. Y si no bastaran esas razones, debieran bastar las de un instinto de conservación naturalmente orientado para modificar radicalmente la forma y el sentido de sus procedimientos.
En Brasil y en Guatemala son policías los integrantes de los feroces escuadrones clandestinos. Pronto se sabrá –en este país, en este Montevideo, hay secretos que no duran más que un lirio- si aquí se repite el mismo fenómeno. Ojalá que no sea así, porque de lo contrario será de otro signo el impulso pacificador de un pueblo decidido a cambiar.
Un pueblo que ha elegido un instrumento político –el Frente Amplio- adecuado a sus legítimas ambiciones y que defenderá, como sostuvo el general Seregni, el derecho a votar en noviembre bajo el recuerdo de quienes lo obtuvieron lanza en mano en las cuchillas de la patria.

Publicado en Revista Cuestión
AÑO I, Nº 8 del 28 de agosto de 1971






Cuando el avance de las masas hacia mejores destinos se torna imparable, la concientización logra rescatar de prolongado letargo a sectores populares mayoritarios, y surgen opciones en el campo político que permiten augurar el comienzo de un proceso de cambios estructurales, brota entonces la epidemia del fascismo. Tan traicionera como consciente de que puede “prender” en organismos indefensos o arrastrar a su paso, con un hálito infeccioso, a cualquier desprevenido. Pero a la vez inofensiva, porque conoce que ya está inventada la vacuna que la erradicará implacablemente, transformándola en un simple punto de referencia histórica. En el Uruguay de hoy, los microbios fascistas han comenzado a incursionar en la vida nacional bajo algunas formas organizativas que subsisten aún a costa del alto precio que paga la oligarquía criolla desesperada y sus amos imperialistas del norte.

Publicado en revista Cuestión
AÑO I, Nº 5, 10 de junio de 1971







JUP: LOS PITUCOS EN ACCION


Bajo una total y comprobada impunidad, indicadora a las claras del patrocinio gubernamental y policial, jóvenes (o viejos) fascistas uruguayos se han agrupado en torno a la sugestiva Juventud Uruguaya de Pie (JUP) y, bajo su forma legal o colaterales clandestinas, comenzaron a incursionar en los últimos meses, en el campo de la enseñanza media, o bien lisa y llanamente en el terreno estrictamente político. Promocionados y amparados directamente por la prensa “seria”, como el suplemento verde de “La Mañana” o el propio diario El País” y su costoso semanario “Tiempo”, los incansables “peatones” con colachata y pintita “bian”, han protagonizado últimamente vandálicas incursiones en liceos de Montevideo y del interior, así como también vienen perpetrando diversos atentados contra locales políticos y domicilios particulares.

LOS “NENES” SE DIVIERTEN
Aunque casi extinguido definitivamente, el foco nazi-fascista uruguayo, que sufrió fracaso tras fracaso a través de sus distintas formas y frentes de lucha (léase: MEDL, IUES, CSU; ORPADE; Tradición, Familia y Propiedad; Adelante Uruguay; Legión Artiguista, etc.) vio una nueva posibilidad de reagruparse, en los últimos meses, en torno a la bandera común de la JUP.
De inmediato se echaron las bases de la empresa: el dinero no faltaba y el amparo de gobernantes y policías se ofrecía a gritos.
Entonces comenzaron las primeras diversiones con manifiestos y periodicuchos intimidatorios, amenazas telefónicas y escritas a familiares de presos políticos, e incluso, algún que otro atentado en los domicilios de éstos o de sus abogados defensores. Por entonces mantenían sus caras ocultas pero comenzaban a tomar desdibujada forma en algunos puntos del interior del país. Allí comenzaron a llegar con la ayuda del costoso aparato publicitario, al que contribuía gran parte de la prensa “grande” (la otra parte no quería quemarse); pero la campañita resultó un fiasco.

DE BRUM Y LA J.U.P.
La JUP comenzó a cobrar vuelo y sentirse materialmente apoyada en fecha que coincide, muy sintomáticamente, con la asunción al Ministerio del Interior, del Dr. De Brum Carbajal. Suspicaces observadores políticos coincidieron en señalar por entonces (enero/71) que desde la propia Secretaría de Estado se alentaba la creación de una fuerza parapolicial, financiada, armada y entrenada por la propia policía. No pasó más que de versión oficiosa pero parecía tener algunos fundamentos. En efecto, las relaciones JUP-De Brum debieron ser sumamente estrechas cuando el Ministro, durante uno de sus múltiples anuncios del finalmente implantado Registro de Vecindad, indicó que serían los jóvenes de pie, junto a la policía, los encargados de llevar a la práctica el censo que (vaya coincidencia) tiene como patrón el implantado por las huestes del nazismo en la Alemania de Hitler.
Y recientemente, en su discurso del 4 de mayo por cadena de radio y televisión fue el propio Ministro del pachequismo quien se encargó de dar aliento a los grupos fascistas de la JUP que pocos días antes, habían sido responsables de balear estudiantes del Liceo Bauzá, ocupar ese y otros centros de estudios y promover la situación caótica que da pie a la Interventora de Secundaria para clausurar más de una decena de liceos, suspender alumnos y profesores y promover la detención de varios centenares de éstos.


EL FOCO DEL BAUZA
El 27 de abril los estudiantes del Liceo Nº 6, Francisco Bauzá, tratando de poner fin a una tensa situación que venía precipitándose desde principios de mes, originada por un reducido núcleo de alumnos y elementos foráneos calificados como fascistas, resolvió reunirse en asambleas autorizadas en el interior de ese local.
La provocación no tardó en producirse, por parte de un minúsculo grupo de jóvenes, perfectamente individualizados como integrantes de la JUP. Estos sacaron a relucir cachiporras, cuchillos y armas de fuego y tras disparar varios balazos en el interior del local, salieron a la calle y balearon desde allí el edificio que albergaba a centenares de sus compañeros. Por casualidad no hubo heridos y tampoco apareció la policía por el lugar, aunque algunos testigos afirman haber visto una “chanchita” en las inmediaciones.
Al día siguiente, mientras una concentración de alumnos se realizaba en las afueras del liceo y se procedía al cambio de turno, el mismo grupo que actuó en la víspera ocupó el edificio. Apoyado desde afuera por ocupantes del VW matrícula K-60-298, dispararon decenas de balazos contra estudiantes, profesores y padres que debieron correr despavoridos y guarecerse en las inmediaciones. Aquí tomó intervención la policía pero para detener a cuatro estudiantes que procuraban eludir los balazos.
La ocupación se mantuvo por escasos dos días, pero en el interín los fascistas armados y ya individualizados, llamaron a una conferencia de prensa en la cual manifestaron su incondicional apoyo a la Interventora de Enseñanza Secundaria y se proclamaron “protectores del Instituto”. Y hasta acusaron al resto del alumnado de ser responsable de los destrozos ocasionados por su propia ocupación del local.


EL CAOS SE EXTIENDE
* El mes de mayo comenzó con un negro panorama en casi todos los centros de la enseñanza media. A las provocaciones iniciales en el Bauzá se sucedieron las de la misma banda fascista en el Liceo 18 de Millán y Larrañaga y las de otros grupúsculos de igual orientación vinculados con la JUP, en otros liceos capitalinos y del interior. Así la Interventora de Secundaria fue clausurando los liceos Nº 2 Rodó; Nº 4 Zorrilla; Nº 7 Suárez; Nº 12; Nº 15 de Carrasco; Nº 16; 17; 18 y 20, en tanto que en el resto de las casas de estudios, e incluso en liceos habilitados se vive un panorama de incertidumbre total que hace suponer una derivación similar a la del pasado año lectivo, en el cual fueron suspendidos los cursos.

* El 8 de mayo el Bauzá fue nuevamente escenario de la violencia fascista, cuando alumnos de varios liceos intentaron llevar a cabo un homenaje al estudiante Leonardo Beledo, a un año de su muerte alevosa por parte de un funcionario policial. Ciento sesenta estudiantes fueron detenidos en la oportunidad y manoseados en la Comisaría 18ª y la Jefatura de Policía, pese a su minoría de edad.

* Paralelamente, en el interior se vivieron situaciones semejantes, especialmente en el Liceo de Las Piedras, donde se practicaron decenas de detenciones de alumnos y tres de ellos fueron procesados, en tanto el local fue clausurado.

* Cabe consignar que en los centros de estudios donde la situación era totalmente normal, se inventaron excusas como bombas colocadas en el edificio a fin de proceder a su desocupación. Tal lo ocurrido en el Liceo Rodó para obstaculizar una asamblea autorizada del alumnado.

* Por su parte el Instituto Eduardo Acevedo, tras dos días de provocaciones de los mismos grupos fascistas que actuaron en el Bauzá y Liceo Nº 18, se anotó la presencia del Comisario Juan María Lucas, Jefe del Departamento Nº 6 de Información e Inteligencia, quien apoyado por varios funcionarios policiales uniformados incursionó en el recinto liceal y profirió insultos y amenazas a profesores y alumnos.

QUIENES Y CUANTOS SON
Los jóvenes de pie apenas son un puñado en los distintos centros de estudios secundarios y por lo tanto fácilmente identificables. Los hilos de las marionetas, a nivel de JUP, son manejados por Gabriel Melogno, que es presidente del grupo fascista capitalino, pero a la vez secretario del Director Interino de Enseñanza Secundaria Antonio Escanellas. También dirigente capitalino es Hugo Manini Ríos, hermano de Carlitos Manini Ríos e hijo del director del diario “La Mañana”, donde se publicitan todas las hazañas de los jupianos, especialmente en su suplemento verde para el interior.
Conspicuos dirigentes del interior, son Amorim, Gagliardi, en Salto; Ricagni (50 años pero igual joven) que es también Presidente de ORPADE, en Lavalleja; Jorge Mancuello y Pereira, en Rocha; Rolando Méndez, en Treinta y Tres.
Pero, si bien estos dirigentes mantienen su fachada legal, vayamos a la nómina de los jóvenes de pie, participantes en los distintos incidentes en centros liceales, y que aún mantienen su impunidad:

Los agresores en el Liceo Nº 6 Fco. Bauzá fueron:
Marcelo Carballo: estudiante de la Facultad de Veterinaria y uno de los jefes.
Ulises Fernández: (a) “El Manco Ulises”, funcionario policial de reconocida trayectorianazifascista en varios grupos extinguidos.
Nelson Di Candia: Estudiante de Preparatorio de Ciencias Económicas, expulsado el mes pasado del Liceo 18
Mario Papazian: activo recolector de firmas reeleccionistas en el Bauzá.

A éstos se agregan Ricardo Abeledo; Luis Sica; Valdenama; Gualberto Cuenca (funcionario de la OEA) y Guidebono (funcionario policial).
En el Liceo 18 de Millán y Larrañaga, el grupo anterior actuó apoyado por los alumnos Andrés Galland, Homero Corbo, Miller, Liliana Reyes, Soca y por la profesora Cily Steigman, también activa integrante de la JUP.
En el Liceo Nº 15, el grupo fascista lo integran Berriolo, Dragonetti, Sghirla, Lemes, Goldenberg, Motú, Pedrozza y Debernardis, que es adscripta del propio Instituto.
En el Liceo Eduardo Acevedo de Colón, el mismo grupo del Bauzá incursionó apoyado por Reske, Otte y Merovich y finalmente en el Liceo Varela fue individualizado y expulsado por actitudes antigremiales Miguel Sifía.
En el IAVA 2, Enrique Etchevers, Silvia Echandi de Batlle y Ordóñez, Ricardo Trindade y Hugo Ferrari.
Una concreta denuncia sobre el auspicio estatal a las hordas de la JUP fue realizada en los últimos días, en el transcurso de un acto de la UJC, por parte del diputado Rodney Arismendi.
Según el referido legislador, obraba en su poder un documento por el cual el Ministerio de Defensa Nacional da órdenes de transportar en aparatos de la Fuerza Aérea Uruguaya a varias delegaciones “estudiantiles”. Una de ellas es para Hugo Manini Ríos y 22 personas, otra para el citado y una delegación estudiantil desde Treinta y Tres a Salto, una tercera orden para transportar a Ricardo Trindade y otros, de Salto a Treinta y Tres y viceversa y finalmente un vuelo que tuvo como pasajeros a Hugo Ferrari, Mario Sica, Gabriel Francisco Melogno y otros.

Por E. L. Mokossian

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